UNA FOTO, EL NUDO MORENO QUE AMARRA LA TRAMA.
Del cómo la herramienta de la Internet nos ayuda a afianzar la memoria para reconstruir la imagen de un pueblo afectado por el desplazamiento.
Por Alfonso Hamburguer
Con la visita de Ledis Alfonsina a Colombia- en tiempos de goles, lluvias y elecciones- se nos despertó la nostalgia por el pasado de Los Montes de María, en especial de Bajo Grande, primer pueblo desplazado de esta región, escenario de la novela “Ataque de Frio de Perros”. La vida de Alfonso Rafael Hamburger Herrera, quizás un Helmut Bellingrodth malogrado, surge espontanea para echar otra mirada a la guerra de la guerra, que no sólo ha sido de balas, sino de soledades. Aprovechando las bondades de la Internet, una vez se publicó en la red social la primera crónica sobre “El Valiente solitario”, buscando desenterrar su memoria, empezaron a surgir sentimientos reprimidos. O al menos escondidos en la distancia. En las soledades. Lo primero fue buscar una foto en los recuerdos, para refrescar su imagen. Ledis la halló en un álbum de su tía Carmen, quien tres días después de su regreso a Miami, estaría cumpliendo 80 años el dos de Julio. Toda una autoridad, por ser la hermana mayor y la más allegada a Alfonso, que habría de cumplir 71 años el cuatro del mismo mes, pues Julio pareció marcar el derrotero de la familia. María Dolores Hamburger de Acosta, otra de las hijas del Valiente Solitario, cumple el seis. Y el Viejo Wilfrido, el abuelo cabeza cuadrada, murió un 31 de julio de 1984. La foto impactó en las redes. Era la más adecuada para refrendar sus recuerdos. Todos mantenían la misma imagen, como si hubiesen cerrados los ojos durante muchos años figurándose los rasgos más pronunciados, y al abrirlos, allí estaba intacto, tal como lo pintaban en los recuerdos, montado en un caballo, con botas, jean y camisa manga larga un poco arrugada por el ajetreo del campo. Era hombre de atezar un alambre de púas, de ordeñas una vaca, de curar un ternero con matagusanos, de andar con cosas solas. La foto parece tomada con una máquina instantánea cuya calidad no era la mejor, por lo que uno de sus bisnietos la escaneó y logró mejorarla, rescatándola del moho que trataba de devorarla. Establecer la fecha de tomada y el escenario no fue fácil. En la imagen está bastante joven y delgado, con un sombrero alón, a lo Rafael Escalona. El caballo también posa para la historia detenido en la vera del camino real de barro colorado. Atrás se observa un paisaje típico de Los Montes de María, distinto al de los peladeros de Frio de Perros, la finca de los ancestros, que son montes escabrosos y secos. La vegetación está un poco más civilizada y los nacederos de las cercas se yerguen florecidos, como en primavera. Las colinas son bajas, entre verdes y azules y en los ojos del jinete se observa cierta nostalgia. Si no fue en Bajo Grande, pudo haber sido por los lados del Bonguito, el terreno de su cuñado Ramoncito Tapia Carvajal, en San Juan Nepomuceno, pero también pudo haber sido en Venezuela. Hasta ahora es la foto más fiel a los recuerdos y la única.
Que guapo mi papá!”, escribió en Facebook Nina, una de sus hijas, con lo que fue creciendo la sintonía con el pasado. Allí empezó la reconstrucción de su memoria. Fue como arrancar las raíces del dolor- escribió María de Acosta- marcar trazos de soledad, romper océanos de incomunicación y aislamiento. Cada quien sufría por aparte sin decirle al otro.
Ledis retornó a Estados Unidos, sin toda la tarea realizada, pero algo se había despertado en la mayoría de los familiares, que sintieron aún más el compromiso de seguir reconstruyendo su vida, como una forma de salvar no sólo la memoria familiar, sino la historia de un pueblo sufrido y marginado de la gran prensa: Bajo Grande. De allí nos desplazamos todos, unos por la nostalgia, otros por la economía y la mayoría por la disputa del territorio entre paras y guerrilleros. Alfonso había sido desplazado por la soledad. Y su mujer se había desplazado por el sueño de tener algún día un carro y a sus hijos en mejores ambientes. Se tenía el antecedente del viejo Miguel Pacheco Blanco, padre del compositor Adolfo Pacheco Anillo, quien inmortalizó a su progenitor en el mejor merengue en estilo vallenato de la historia del acordeón. El viejo Miguel, como Fernanda, se había ido buscando consuelo, paz y tranquilidad a Barranquilla, a la muerte de su mujer y apesadumbrado por la quiebra económica. El compositor se da cuenta entonces de que Barranquilla - como Miami- tiene obstáculos para vencer, esa especie de misterio para el provinciano.
En este caso las cosas eran parecidas, pero distintas. El camino de Fernanda Díaz Lora no fue el cementerio, como sucedió con Mercedes Anillo la esposa de Miguel Pacheco Blanco, sino la trilla que para ella era la Gloria, el sueño americano. Y la decisión había sido tomada en vida, no tras la tragedia de la muerte, que igualmente los había golpeado. Fernanda y sus hermanos habían perdido a su madre de muy niños, de modo que es posible que los arraigos pudieran ser menos. De tener la madre viva el solar seria más fuerte, por los lazos de madre e hijos. En la región se dice que los hijos son de la madre, pues ella es la que cría; padre es el que hace, solamente. En este caso, Alfonso era criandero, llorón, pero ausente. La separación de sus hijos lo mató en vida.
A la publicación de la foto, siguieron más comentarios. Pensaba que con la reconstrucción de la memoria del “Valiente Solitario”, como se había titulado la primera crónica, se lograba en parte la reconstrucción del pueblo y quizás de los sentimientos, que se mantenían puros, pero dispersos por el mudo. Un lunes lluvioso en Barranquilla, la Tía Edita, la más tierna y bella de todas, pero la más sufrida- no tuvo suerte en el amor- dijo que Fernanda, esposa de Alfonso- ellos no se divorciaron legalmente- había venido a visitarlo a su lecho de enfermo, antes de que él muriera, y de rodillas le pidió perdón. Esta es una parte muy difícil de tratar. Ella era una mujer visionaria, que se miraba manejando un carro y no cabalgando en el lomo de un jumento, en una vereda que unos quince años después, sería presa de la más despiadada violencia. ¡Habían salido a tiempo! Una cosa había empujado a la otra, un mal por un bien. Los cinco hijos hoy están instalados y viviendo en USA, todos con sus trabajos seguros y sus familias bien conformadas. Ella tiene su carro, como soñó. Y ella misma lo maneja, como vio en las películas. La ida significó la derrota del hogar. Tuvo un precio muy alto, por la gran cantidad de sufrimientos que generó y que sólo cada quien sabe en la intimidad de su ser. Lo más sorprendente, es que la familia parecía olvidarse de todos y de todo, como si el pasado no existiera. Hubo años de poco contacto familiar. Edita Hamburger, trata de explicar esa lejanía, esa falta de comunicación que se tuvo en algún tiempo, señalando que en la estirpe aun quedan rezagos del nazismo que asoló la patria lejana: un cierto goce en el sufrimiento.
Nadie se explicaba, como tampoco se figuraban a aquellas cinco niños y niñas criados en el monte, que viajaban en burro y tragaban agua de laguna, ahora anduvieran conduciendo autos lujosos y hablando perfectamente el inglés en avenidas luminosas de Miami y La Florida. Eso quizás era de esperarse, por la gran capacidad de aclimatación del ser humano a los ambientes. Quienes no habíamos visto más que montes y montes, quizás teníamos una pared al frente y no nos figurábamos de otra manera. Para nosotros no había mejor mundo que el de la infancia. Bajo Grande era perfecto. Sólo habíamos visto vacas, burros, perros, juegos de indios, chimarras, fandangos, gaitas, noches alumbradas de luna y mechones, parranda y juglares puros. Y sobre todo, habíamos sido educados en valores, valores cristianos. Éramos colombianos que vibrábamos con nuestra bandera, aunque los gobiernos sólo sabían de nosotros en las elecciones, cuando llegaban las papeletas. Y las elecciones, eran siempre el principal motivo de digresiones entre las familias. Pero lo que más me impresionaba, cada vez que hablaba con Ledis, era que se había adaptado tan perfectamente a La Florida, que su pasado era inexistente. Fue entonces su contacto con la novela “Ataque de Frio de Perros”, que narra la violencia que arrasó en sólo cuatro años al pueblo; y la necesidad de mostrar a sus tres hijos americanos ya creciditos su verdadero solar nativo, el resorte que precipitó el viaje con ellos en junio pasado. Allí comenzó la historia a reactivarse. Se despercudió la nostalgia. También incidió en la decisión de Ledis la madurez, pues estos viajes a veces no son fáciles y hay que aprovecharlos al máximo. ¿Qué tal si es el último? Se preguntó. El tiempo vuela. A los hijos hay que mostrarles de dónde venimos, precisó. En una de sus correspondencias por Facebook, tras aflorar los sentimientos reprimidos, ella refresca uno de los últimos recuerdos del Valiente Solitario. Reitera su pulcritud, nobleza y su porte. Todavía estaban en Barranquilla, que fue su primera escala, antes de volar a Miami. Los cinco hijos habían quedado en Curramba, al cuidado de una tía. Alfonso- escribe Ledis- quien se había ido a Venezuela, donde trabajaba como finquero, las visitaba. Pasaba varios días con ellas y cuando se iba comenzaba el dolor de la despedida. Una de esas madrugadas él penetró en las habitaciones de cada una de ellas. Cuando ella despertó, él estaba rezando. Lloraba sobre su lecho. Ella se hizo la dormida para no confundir su pena, pues los hombres como él no debían llorar. Luego de pedirle al Señor Todo Poderoso que protegiera a sus retoñitos, tomó su maletín y salió en puntillas para no despertarla. Fue la última vez que lo vio vivo.
EL MATRIMONIO GUSTO A GUSTO
Cuando se casaron Alfonso y Fernanda, en un matrimonio gusto a gusto, Bajo Grande, a quince kilómetros de San Jacinto (cinco leguas), hace 52 años, era una aldea macondiana, donde todo era posible. El abuelo, Miguel Herrera, había sido uno de los fundadores del pueblo, que era paso obligado a Jesús del Río, principal Puerto de enlace con la civilización en el Río Magdalena. Por allí penetró el primer carro que tuvo San Jacinto, Bolívar, y el primer semental de ganado cebú, que pastaba en la Casa Alemana, de gran renombre en la zona como generadora de progreso y principio de las primeras tecnologías en la cría de bovinos de raza. Clemente Manuel Zabala, quien es considerado como uno de los más grandes intelectuales de San Jacinto y Don Benedicto Barraza, que estudiaba abogacía en el Colegio del Rosario, utilizaban esta vía en los desplazamientos a Bogotá, de modo que la aldea, bordeada de montañas que parecían protegerla de las heridas del horizonte plano y un arroyo sembrado de árboles macizos que la circundaba, la llenaban de privilegios. En más de cien años sólo hubo dos muertes violentas. El primero fue un Turco vendedor de telas y cachivaches, asaltado por desconocidos en el Camino Real. El segundo, un joven que murió desnucado en medio de una borrachera al ser cargado en hombros por su mejor amigo, en un fandango.
El matrimonio de Fernanda y Alfonso, además de unir dos familias tradicionales, aclimataba la concordia política, pues Víctor Díaz, padre de la novia, liberal acérrimo, era uno de los principales contradictores de Wilfrido Hamburger, líder conservador, padre de Alfonso. Había celos por el control del poder, cuya máxima representación era la Inspección de Policía. La época de la violencia – generada por el bogotazo- probaría la paz del pueblo, pues quienes eran godos protegían a los liberales mas allegados.
¿Qué habría pasado si se quedan en el pueblo, que en su época era el mejor vividero del mundo? Eran 92 casas, la mayoría de palma y bahareque, con nueve o diez de zinc y material, un colegio de primaria, cuatro calles, una plaza pentagonal, una iglesia de piedra y barro, un campo de fútbol con las medidas del Maracaná y dos lagunas para proveerse del agua. En medio de la ausencia de servicios modernos, se era feliz de pies a cabeza, las 24 horas del día.
Hacer la siguiente hipótesis sería como plantear lo mismo en el reciente mundial de fútbol de Sudáfrica, en el interrogante de ¿Qué hubiese sucedido si el árbitro valida el gol legítimo que Inglaterra le metió a Alemania y si se anula el de Argentina a México en fuera de lugar? Podríamos entrar en el mismo cuento del Gallo Capón, que sería como devanarse los sesos en un chiste sin final. Entraríamos en los avatares del destino. Pisaríamos en pantanos de arenas movedizas. Sería como decir que viva estaría nuestra abuela si no se hubiese muerto.
La familia Hamburger Díaz se había salvado- podríamos decir- porque después de un siglo de paz, en los años ochenta el mundo empezó a descomponerse, hasta que el paraíso que era Bajo Grande- que a Fernanda no le parecía tanto- se convirtió en un infierno. A estas alturas del relato, pese a que fue visitado por el Vicepresidente Francisco Santos, está borrado del mapa.
Y lo peor que nos había pasado: un día, para justificar la apatía por aquellos peladeros de indios, Henry Hamburger, sobrino de Alfonso dijo en tono jocoso que Bajo Grande estaba lleno de minas, claro, de minas quiebra patas. Nada de minas de petróleo.