viernes, marzo 01, 2013

LA BOCA DEL CURA QUE NUNCA FUE CERRADA


  • Obras que ya recibieron el ciento por ciento del dinero y que debían ser entregadas el 31 de diciembre de 2011, aun no comienzan.  Pala dragas atrapadas por el barro y la feroz manigua, yacen enterradas en los caminos reales.
  • La apertura de una boca en el río Cauca, un año antes que llegara la familia García Márquez, fue el inicio de la tragedia de la Mojana.



 Por Alfonso Hamburger y Fernando García Atencia

Gilberto Fierro murió en el corregimiento de Nariño,  a los 104 años exactos, sin conocer que  es una EPS. Eso lo salvó de morir antes, dice su nieto, José Luis, el hijo más aventajado de sus ocho hijos,   porque la gente de esta región, donde los médicos han tenido que hacer operaciones para sustraer animales del estómago de algunos pacientes atacados por brujerías y espantos, hasta hace poco tuvieron el privilegio de comer sano. Todavía no habían empezado a contaminarse los peces a través del mercurio y cianuro que vierten a los ríos las mineras en el Sur de Antioquia, el vecino más difícil de la Mojana de Gabo, las tierras más ricas del mundo. Son depresiones que se hunden en la tierra ocho milímetros cada año, verdaderos aluviones, con más de diez metros de humus natural, producto de la sedimentación natural de los ríos y ciénagas, en más de 500 mil hectáreas que se paren solas. Algo así como El Nilo colombiano. Según los registros, ha sido la zona más estudiada de Colombia y epicentro de un realismo mágico sin límites.

Región del Panseguita. Foto  deObman Campo Bueno

Por este Nariño, uno de los trece corregimientos de la región del Panseguita,  mina narrativa de Gabriel García Márquez- a nueve kilómetros  de Sucre, la cabecera Municipal- comenzó la mágica historia de la región, hoy convertida en un nido de la corrupción, con miles de millones de pesos tragados por las aguas corruptas y obras fantasmas que superan la imaginación del escritor. Se habla de 1780 como la fecha clave de su fundación por colonos europeos que trajeron la multiplicidad de razas que confluyeron en ese tejido de cosas que parecen tener en el Castillo de Gabo (casa que habitó la familia García Márquez a su paso por aquí, entre 1939 y 1943) la figura arquitectónica exacta, como impronta de lo que pasó con esta sociedad.  Solo el caso de la torre de David, en Caracas, Venezuela,  pudiera superar esta historia. Se trata de una casa grande habitada por fantasmas que algunos quieren revivir o sepultar con recursos de regalías en medio de las inundaciones cíclicas del caño Mojana, cuando los dineros  para construir un anillo protector, levitaron como Remedios la Bella. Parece un monumento digno de una película de olvidos.  De once mil millones de pesos, solo se aplicaron en el papel un 30 por ciento y la obra aparece entre la lista de alerta roja en el sistema de Planeación Nacional. Sin esta obra, cualquiera otra que se haga, se hundirá en las aguas historiales de un pueblo mágico, dice Obman Campo, líder cívico de Sucre, el pueblo mítico de Crónica de una Muerte Anunciada.

Casa de Gabriel García Márquez. Foto de Obman Campo Bueno


- No puede haber borrón y cuenta nueva, dice José Luis Fierro, uno de los tres veedores de la comunidad, nieto de Gilberto.

Nariño, que no tiene nada que ver con el departamento del mismo nombre, con 210 casas, es el único corregimiento de la zona que no hace fiestas de corralejas, unas celebraciones pagano-religiosas en las que los ricos tiran dulces y billetes para que sus toros cruzados maten a la gente incauta que se metía y se mete a divertirse después de santiguarse con un trago de ron caña, usando para enfrentar la bestia un pañuelo, un cartón o sus manos peladas. Por esos caminos, que fueron estratégicos para unir al Caribe con el interior del país, cruzó el general Simón Bolívar en sus vientos libertarios. Sucre fue epicentro de grandes riquezas agropecuarias. Allí se asentaron, desde 1920, italianos como los Gentile, Franceses como los Luazo, Portugueses como los Sampayo, españoles como Los Sajona y Martínez  y siriolibaneses como los Cure, Assid y Hanna,  quienes atraviesan las crónicas de Gabo, escritor que no lo dijo todo, porque la mayoría de los cuentos quedaron enredados en la punta de la lengua de sus habitantes, atravesando la sociedad de boca en boca y algunos fueron a parar al Canadá, en la historia del testigo excepcional de la parapolítica, Jairo Peralta Castillo, más conocido como El Pitirry, quien tiene en la cárcel a la mitad de los políticos del Departamento de Sucre.  Los asentamientos europeos tuvieron un fuerte arraigo religioso, amparados en el liderazgo de la iglesia católica de la época, a través de las misiones de “La Casa de Oviedo”, privilegio que se cayó en los  gobiernos del Frente Nacional, especialmente en el de Carlos Lleras Restrepo, lo que pudo haber marcado los derroteros de estas tierras.  Uno de los personajes trastocados poéticamente en la obra de Gabo es el del cura Nicefro Ortega, quien en 31 años de mando, hizo de todo: fijaba límites a las tierras cuando todos querían tener acceso a las aguas de las ciénagas en los largos veranos, hacía  reformas agrarias y era a la vez autoridad educativa. Igual  pasó con el padre José De Gabaldá, quien en 1938 (un año antes que llegaran los García Márquez), para evitar una mortandad mayor por estancamiento de aguas contaminadas, ordenó abrir una boca en el rio Cauca antes de Majagual (Boca del Cura) y desde entonces las aguas han sido incontrolables. Así se volvió esta sociedad de  ricos descendientes del viejo mundo, cuyos hijos estudiaban en Londres, Paris o Madrid,  quienes se fueron de la región en la medida en que las aguas fugadas por  “La Boca del Cura” empezaron acabar con los cañadulzales y las grandes ganaderías y un día se convirtieron en tierra de nadie. La boca, de metro y medio, que al  principio fue salvadora, con el tiempo llegó a alcanzar más de 200 metros. 

Tierras inundadas en la Mojana. Foto Obman Campo Bueno

Uno de esos privilegiados descendientes fue el estudiante de religión,  Manuel Palencia, quien al retirarse del sacerdocio regresó de Europa con suficientes conocimientos musicales como para crear las primeras bandas de vientos en Caimito. Fue uno de los primeros maestros del porro, ritmo emblemático de la región. Así como la iglesia de Sucre es una imitación de la catedral de Colonia (España), según Luis Lozano y Lozano, extraída de la época del general Franco, el porro fue un engendro religioso que hizo tránsito a lo mundano a través de las corralejas.  Construir una casa grande en Sucre era tener un sentido feudal.  El pueblo que despertó la curiosidad ardiente del joven a Gabito, había sido inspirado en la antigua Venecia. De ello quedaron cuatro puentes levadizos  que atraviesan los caños de aguas fétidas. Y ahora después del despelote de las regalías desmadradas, puentes sin conexión con carretera alguna, elefantes blancos, varados en la taruya, maquinas gigantes devoradas por los caminos que ellas iban  hacer, vueltas chatarra, puros fierros oxidados. Ha sido como la entronización de la cultura mediterránea en el pantano o el inepto vulgo que vive en lodazales, remataría el poeta. Barranquilla, de donde llegaban barcazas atraídas por la bonanza, sería el punto de salida donde empezaron a instalarse los niños ricos, cuando el rio se salió de madre y llegaron, al final de los años 90 del siglo XX, alcaldes como “Pipelón”, un hombre folclórico, hecho en la calle del crimen en Curramba, criado en la baja estofa del comercio de aquella urbe carnavalera, quien prometió el retorno de la corraleja al casco urbano y ganó. Pero el tiempo no le alcanzó, pues ya el Municipio empezaba a caer en las mafias de la contratación y fue muerto a tiros frente al hotel en que se hospedaba en Sincelejo. Después cayeron dos más.  “Ya no los mataban por colores políticos, sino por dinero”, dice Obman Campo, veedor de la comunidad. La región se contaminó de contaminación y muerte. Del período de 24 alcaldes que administraron sus municipios en el periodo 92-94 el 60 por ciento están muertos.
Vivienda en Orejero. Foto de Obman Campo Bueno


Se metió el agua, se acabaron los cañaduzales, se fueron los ricos. Las inundaciones cíclicas, con más de 400 estudios, se convirtieron en la gallinita de los huevos de oro de la nueva sociedad élite, tanto de políticos locales como nacionales, que pescaban en las aguas revueltas de la taruya y tuvieron en el analfabetismo de los nativos (56 por ciento en algunos momentos) un aliado poderoso. A ello se sumó la tenencia de la tierra, en manos de los sabaneros de tierra firme, descendientes de abolengos y encopetados españoles de Corozal y Sincelejo que fueron colonizando las ciénagas con sus ganados trashumantes. Los nativos se limitaron a pocas porciones donde afincar patios menores.  Las obras de un gran dique seco por un valor superior a 200 mil millones de pesos, que arrancaron en Antioquia en la gestión de Uriel Andrés Gallego, a la postre sempiterno Ministro de obras de  Álvaro Uribe, estuvieron a punto de llevarse en andas al Gobernador de Sucre, Jorge Barraza Farak, poco antes de salir del cargo, cuando a mediados de 2010  fue a inspeccionarlas. El muro en que estaba parado el mandatario se  abrió a sus pies. Era la tercera vez que la naturaleza se quejaba por el mal uso de las regalías.  Ya en Sincelejo un museo se había llovido el día que fue inaugurado y unos relámpagos de verano habían anunciado la mortandad por el uso de esos  recursos.  Desde Julio de 1994 hasta 2011, cuando empieza a liquidarse el Fondo Nacional de Regalías, que había sido activado en las playas de Coveñas en una carpa que fue volada por una tempestad, la lista de muertos jamás ha podido ser contada, entre alcaldes, exalcaldes, curas,  diputados, concejales y comunidad en general. La plata de las regalías era sustraída en bultos desde la sede de la antigua Caja Agraria en Sincelejo, donde el líder de la época pagaba horarios extras a los empleados con televisores gigantes y dinero. Los carros salían cargados con esos bultos ya entrada la noche y en la casa del alcalde de turno en Santiago de Tolú, se caminaba en una alfombra de billetes.  Pero la debacle para ellos comenzó cuando la clase política se unió con los paramilitares y surgieron testigos como Jairo Peralta Castillo, protegido por la Fiscalía.

Obra inconclusa. Foto Obman Campo Bueno

José Luis Fierro, jubilado,  un hijo ilustre, nieto de Gilberto (el  hombre que murió a los 104 años), forjado intelectualmente en Cundinamarca, hoy uno de los tres veedores que se atreven a poner el dedo en la llaga, se salvó de morir porque el día que lo iban a matar se le dañó el televisor y se había ido a terminar de ver las noticias donde el vecino. Cuando lo llegaron a matar no estaba.  Había aspirado a la Alcaldía en oposición a quienes detentaban el poder hacía 25 años. Jairo Peralta Castillo, El Pitirrry usa su nombre en las declaraciones ante la Fiscalía. Fierro, huérfano de poder, sin ser la viuda, es una de las personas que contextualiza la situación.
Fierro y Obman Campo Bueno, se han dedicado a vigilar las inversiones en este alejado pueblo del Caribe, pero antes de señalar las irregularidades, han querido contextualizar la información para poder entender lo que pasa.

- ¿Por qué un pueblo tan pujante en el pasado, que llegó a sembrar mil hectáreas de caña dulce y que fue epicentro de la historia, hoy está tan atrasado?

Sucre vive aún en el siglo XIX. No hay vías. No hay gente preparada para presentar un proyecto. En el Panseguita habitan 9.500 almas, de las cuales 4.500 no tienen servicio de agua potable. El sistema de energía es irregular.  Ningún pueblo tiene servicios del antiguo Telecom (Hoy Movistar) pues recogieron todos sus trastos. Telecom y la Caja  Agraria, el puente o la sede de la Alcaldía,  siempre fueron el objetivo de la guerrilla, al final del siglo XX.  En Majagual, el pueblo que abraza a Sucre y a Guaranda,  la guerrilla atacó al comando de Policía desde la torre de la Iglesia. Ahora  los celulares son la moda y no entran en todo el territorio.  La tecnología moderna, contrasta con las pala dragas devoradas por la maleza en mitad de los caminos  antes reales.

- Llámame al otro celular, porque este puede estar intervenido y en la casa no tengo línea, todos los trastos de Telecom fueron recogidos, dice Campo Bueno.

A la zona del Panseguita llegó hace quince años la firma Petroseismic, que halló gas. En la etapa exploratoria han entregado ayudas a las comunidades afectadas por el impacto ambiental y en las actividades de socialización  beneficiaron a 1200 niños. En el corregimiento de “Paso de La Mantequera”, de 22 casas,  construyeron un parque recreativo y un una escuela, pero no hay profesores que dicten las clases. Algunos corregimientos, para superar la falta de energía que a su vez afecta los acueductos, pidieron plantas eléctricas.

La parte occidente, la más alta, de relieve montañoso, hacia los lados de Antioquia, se llama “La Guaripa”- también recreada en la obra de Gabo- está conformada por nueve corregimientos de corte macondianos, dignos de una película. Son casas grandes y veraneras, con tierras tan fértiles que jamás les hace falta el agua, pese a los largos veranos de esta época. Todas estas áreas primero sufrieron por los atropellos de la guerrilla y después por los paramilitares. El caso más llamativo ocurrió en “Isla del Coco”, un pueblito minúsculo y pinturero que parece flotar entre las ciénagas, de 120 casas dispersas en tres callejuelas que necesariamente terminan en las aguas. Un día llegaron los paramilitares y  les dieron 24 horas a los 500 habitantes para que desalojaran las casas. No les dio tiempo de recoger nada. Sólo quedaron los perros.  La mayoría se refugiaron en Santiago Apóstol, en el Municipio vecino de San Benito Abad y otros se regaron por la llanura anegadiza. Pero no aguantaron la tragedia, pues  saben que después de tres días, la visita hiede en cualquier parte. El hambre duele y no tiene amigos. Cuando regresaron a enfrentar su suerte, dispuestos a morir en su pueblo, como en un acto de la mejor película del mundo, los perros salieron a recibirlos con un llantito de felicidad, meneando sus rabos. El perro nunca olvida a su amo. Deducen que al jefe paramilitar de una de las fincas vecinas, le gustaban los animales, y en los tres meses que estuvieron errantes, los alimentaba. 

Fierro supo que ante la violencia humana, el amor a los animales se había impuesto.

En estos corregimientos olvidados, que aparecen  reiteradamente en la obra de Gabo y muchos de ellos fueron enseñados en la geografía violenta del país a punta de plomo (Tres de los Alcaldes de Sucre- Sucre fueron asesinados en diez años y en Guaranda en esta administración van 15 muertos) están puestos los ojos de las autoridades, por el embolate de  mil 200 millones de pesos, amén de un rosario de obras inconclusas proyectadas con recursos de regalías, puentes sin ríos y anuncios de obras aprovechando la imagen de Gabriel García Márquez, como una casa cultural entre las aguas, por más de seis mil millones de pesos. La mayoría de las obras denunciadas se hicieron con motivo de la ola invernal que afectó a gran parte del territorio nacional, especialmente en La Mojana de Gabo, cuyo epicentro fraudulento es Sucre (Sucre), entre 2010 y 2011.


Inversión millonaria en obra inútil. Foto Obman Campo Bueno.

Todo parece indicar que en la adjudicación de las obras influyó la visita del presidente Juan Manuel Santos, apenas el 8 de agosto de 2010, un día después de su posesión.

Santos declaró a la prensa que el peor día de su vida como presidente había sido ese 8 de agosto. No lloró de macho, al ver la pobreza en que se debate esa gente, sin agua, sin carreteras, sin dirigentes que puedan trazar un proyecto, enfermos por la contaminación con mercurio. Centenares de Mojaneros están en Sincelejo, afectados por destrozos en los riñones, haciéndose diálisis, tras consumir agua contaminada con mercurio, siendo la Mojana la de mayor densidad de este mineral en el mundo. La mayoría de los hombres y mujeres sin riñones no superan los 50 años y ya no sirven para trabajar. No tienen servicios médicos ni carreteras buenas para llevarlos a Sincelejo, en una travesía de cinco a siete horas.

El presidente les prometió ayuda y en eso se basó el Invias para aprobar un proyecto, cuyos dineros ya fueron desembolsados en su totalidad, pero las obras apenas van a comenzar en el mes de mayo, parece. De  2.266 millones aprobados solo aparece la mitad, depositada en una cuenta, porque el primer adelanto del 50 por ciento, por  la suma de 1.133 millones,  no aparece. ¿Dónde está esa plata? Se preguntan los veedores.
Según una carta enviada a la dirección nacional de Invías por varios ciudadanos “nos sorprende que el segundo desembolso se haya hecho sin mediar para ello soporte técnico”.

Ellos piden pronunciamiento de Invías “pues no estamos dispuestos a mantenernos pasivos ante este grotesco atropello a las finanzas del Estado”.

El objeto del contrato era el mejoramiento y mantenimiento de las vías Boca de Higuerones-Paso Mantequera y Pajonal- Montería del Municipio de Sucre, suscritor entre el Instituto Nacional de Vías y el Municipio de Sucre, por valor de $ 2.266.140.222.oo, cuyo plazo era hasta el  31 de diciembre de  2011.

OBRAS PARALIAZAS EN EL VERANO.

Antes de que llegara el nuevo sistema de regalías, las obras pasaban de largo en los papeles, pues era una especie de cadena, pero no se veían por ninguna parte. Eran como sembrar árboles que se llevaba la próxima creciente.  Hoy todo está atascado como en el país, pues con el nuevo sistema, no se ha aplicado un solo peso por concepto de regalías en Sucre.
“La gente se acostumbró al viejo sistema y hora que hay control no saben cómo hacerlo, no hay funcionarios preparados para manejar técnicamente los proyectos”, dice Obman Campo Bueno, quien ha sido amenazado de muerte mediante panfletos. Este veedor ha utilizado las bondades del internet para mostrar la situación, pues pocas veces la prensa comercial publica sus denuncias.

Inversión millonaria en obra inútil. Foto Obman Campo Bueno.


Según el análisis de los veedores, a la puja por la tierra y el poder, se han dado situaciones que no fueron tocadas por la pluma de Gabriel García Márquez, como la irrupción en el pueblo del cura Emil Cueto, de ideología centro-izquierda, personaje que se oponía a las corralejas como sistema feudal de explotación, quien fue concientizando a la gente, hasta que llegó un gobernador oriundo de la región y los hizo trasladar.
Lo que no contó Gabo en sus crónicas fue la historia de los Matta, también de ascendencia extranjera, emparentados con dirigentes de esta nueva y caótica  época. Estas familias poderosas, eran dueñas del Cine Sucre. Tenían varias industrias. Lanzaban  dulces y plata en billetes  en las corralejas donde jugaban sus propios toros. Si  el peón maltrataba al toro, eran obligados a trabajar en sus fincas para pagar la afrenta, limpiando pajas u ordeñando vacas.
Uno de los afectados, campesino humilde, fue donde el patrón a reclamarle y éste le pegó varios tiros. El hijo del sacrificado campesino, quien había pagado el servicio militar, hizo un rodeo a la finca, mientras el asesino le disparaba. Cuando el ganadero agotó su munición el adolorido muchacho le arremetió con su machete, haciéndolo pedazos.
Los cuentos ahora no son de apuñalamientos como el de Santiago Nassar, quien recibió 16 cuchilladas, sino de cuantiosas sumas de dinero por obras fantasmas que tienen su efecto extraño, apareciendo en mansiones de lujo en la ciudad de Sincelejo. Son los mismos descendientes de La Gata, nueva élite de Sucre, aun entre rejas “porque a nadie lo obligan a votar por nadie y todos tienen derecho de hacer política”.

jueves, julio 15, 2010

LOS RASTROS DE LA MEMORIA (VI)

Por Alfonso Hamburguer

MARÍA DE LOS SANTOS NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA.

El tema de mi vida son los pobres. (...) El tercer mundo no es un término geográfico y ni siquiera racial sino un concepto existencial. Indica precisamente la vida de pobreza, caracterizada por el estancamiento (...) por la continua amenaza de la ruina total, por una difusa carencia de soluciones. (...) los pobres suelen ser silenciosos. (...) Así que necesitan que alguien hable por ellos. Esta es una de las obligaciones morales que tenemos. (Ibidem) (Raizard Kapusinsky)


El domingo 11 de julio, mientras la barriada celebraba el triunfo de España en el Mundial de Fútbol de Sudafrica con un estruendoso picot, María de Los Santos Anillo Barreto, sintió ganas de salir corriendo. Aunque sus piernas ya no son las mismas con las que corría cuando el pueblo era sacudido por la violencia, o en los tiempos de paz que madrugaba al rio a buscar los pescados con Erika Hamburger, su imaginación la hacía volar por los solares nativos, en ansias de libertad. En la inocencia de sus nietos, que corrían detrás de un balón en la calle se le atragantaban los recuerdos de Ramon Heriberto, quien también pateaba balón; acribillado por la guerrilla, exactamente 23 años antes. A esa misma hora, el pueblo estaba sitiado. Miró las fotos que tapizan la pared de la humilde vivienda, enmarcadas en su memoria. Ramón Heriberto monta un caballo en la penumbra de una tarde de fiesta. Ufran, Ulfran Javier, Edgardo y El Chino, sus muertos de la guerra, están allí, como eterna compañía. Edgardo, muerto de un tiro en Bogotá cuando llamaba por teléfono para avisar que se venia, fue el niño que se escapó por el monte para llevar la noticia que a su abuelo lo había matado la guerrilla. Suspiró. Se sentó. El mundo se le vino parejo.
El tiempo había pasado tan rápido que en estos años no le había llegado una sola noticia positiva. Escuchaba por la radio como el gobierno avanzaba en materia de reparación de victimas, pero observaba que en su caso, con la muerte de su marido pareciera que no hubiese sido un colombiano, una persona, sino algo insignificante, un anónimo, a quien nadie interesó. Buscó en la repisa de la sala y sustrajo la última carta, en respuesta a un derecho de petición.
El subrayado dice: “Usted manifiesta, que se encuentra en situación de desplazamiento, sin embargo, se verificó el Registro Único de Población Desplazada de ACCION SOCIAL- RUPD y se constató que no aparece como población en situación de desplazamiento inscrita en dicho registro”
La carta, sin fecha , firmada por Juan Pablo Franco Jiménez, subdirector técnico de Atención a Población Desplazada, recomienda que vaya personalmente ante cualquier entidad del Ministerio Público para que rinda delación juramentada (articulo 32 de la Ley 387 de 1997).

A estas alturas, con sus 78 años bien sufridos, Mayo Anillo, como se le conocía en el pueblo, se asusta solamente con que se le hable de “declaración juramentada”, pues se han acostumbrado a la palabra y el papel para ellos sobra. Siempre es sobro o les falto un papel. Les asusta. Les arisca la paciencia.
En otra carta de tres paginas- mucho mas difícil para su intelecto- el mencionado funcionario, de seguro desde una fría oficina, trata de justificar su trabajo para limpiar su responsabilidad en la atención humanitaria a las victimas, cita la ley 387 de 1997 y la sentencia T-496 de 2007 de la Honorable Corte Constitucional, refiriéndose a lo considerado en la Sentencia T- 025 de 2004 proferida por la misma corte. “En todo caso, la entrega de la ayuda humanitaria debe ser cuidadosamente analizada en cada caso concreto, por lo que advierte la Corte que: asi como el Estado no puede suspender abruptamente la ayuda humanitaria de quienes no están en capacidad de auto sostenerse, tampoco pueden las personas esperar que vivirán indefinidamente de dicha ayuda”( …)
Las tres hojas se van por vericuetos jurídicos, fríos, que Mayo no entiende. Sólo sabe que sobrevive gracias a la caridad de sus hijas, que se han batido contra el mundo en las soledades, que han andado como judíos errantes. Todas las noches viaja a Bajo Grande en sus sueños. Lucha, denodadamente Vilma, quien ha hecho de todo, menos robar, para sacar adelante a los suyos. Ahora tiene una tienda este barrio marginal de Sincelejo, Santa Cecilia, donde acaba la ciudad y comienza el monte. Allí la encuentro, azarosa, atendiendo su clientela. La tienda tiene verjas de hierro, pues la inseguridad azota la capital de Sucre. A ella le mataron un hijo hace dos años. Fue el último muerto en la lista larga de tragedias, después de la muerte de su padre, hace 23 años, en Bajo Grande.
Hace unos nueve meses les dieron una ayudita, gracias a un concejal de Sincelejo con nexos en la administración municipal. Cada concejal tiene sus parcelas. Todo se maneja asi. Cada concejal tiene un instituto del Estado y es el encargado de tramitar las ayudas. En elecciones les pasaran las facturas.
Vilma tiene una fotocopiadora y en ella ha sacado copia de una carta, fechada el 11 de abril de 2009, firmada en Bogotá por Marlene Mesa Sepúlveda, subdirectora de Atención a Victimas de la Violencia, donde dice :”Hemos recibido su solicitud de reparación administrativa por el evento victimizante de la referencia”. ( la muerte del Inspector Ramon Heriberto Ortega Arroyo)
En la carta se indica que la solicitud fue radicada con el numero 192521, ingresando inmediatamente en el proceso de estudio del caso.
“Con base en el resultado de este estudio, el Comité de Relación de Victimas resolverá su caso. La decisión definitiva será a usted informada de manera inmediata y por esta vía”, dice en apartes la carta.

En este 11 de Julio lleno de fútbol, la carta esta cumpliendo un año y tres meses, pero todavía no llegan razones largas ni cortas, pese a que María no ha cambiado de domicilio ni de teléfono.
El lunes 12, cuando llego a esta barriada de Santa Cecilia, encuentro a María absorta en sus recuerdos. Su alegría por la visita en visible. Siente un poco de pena por su facha. Vive allí con una nieta que trabaja en Barranquilla. Ahora la acompaña Paola, de 15 años y Omar, de 19, hijos de Omar, su último hijo, quien reside en Venezuela.
Omar, a sus 19 años, no sabe leer ni escribir. Tampoco le interesa. Con lo que sabe le basta para hacer mandados, cuidar una finca, arrancar una yuca o atender una tienda de café y panela. Es igualito a su padre, pero con ojos grandes escurridizos. Paola, en cambio, sigue estudios de bachillerato, en medio del asedio de los moto taxistas que tienen el paradero en la esquina y quieren comérsela con la mirada. Es la misma estampa de su abuela, cuando era joven.

-¿Qué han sabido de Bajo Grande?, le pregunto.

Las noticias casi nunca son buenas. Hace dos meses- me dice- una culebra mató a uno de los hijos de Pedro Rojano, su pariente. Era uno de los desplazados que iban a Bajo Grande atraídos por el repoblamiento silvestre. Iba cazando un venado, le disparó y salió a cogerlo, sin percatarse de que había una culebra enroscada que también había armado su lazo al venado. La culebra gigantesca y venenosa lo mordió en el muslo y lo tumbó. Siguiendo la tradición no fue llevado a un hospital, sino que fue puesto en manos de un yerbatero del pueblo. Se hinchó como un monstruo y cuando fue llevado a una urgencia, ya era tarde. Tenía 48 años y deja cinco hijos huérfanos.

miércoles, julio 14, 2010

LOS RASTROS DE LA MEMORIA (V)

EL DOLOR DEL SILENCIO Y LA SOLEDAD.

No es que tenga adicción al Blackberry. Es que la información que tengo en la pantalla, en letras de 8 puntos, ante mis ojos expectantes, es la primera noticia, el detalle minucioso de esta historia. Son las nueve de la noche de este Sincelejo llovido y asoleado y mientras espero que las niñas salgan de Cine, absorbo los signos convencionales que servirán para amarrar esta crónica, sin bajarme y sin parquear el automóvil. Estoy recostado en la zona de taxis para no bajar al gomoso parqueadero, hecho en el sótano, como para filmar una película de ciudad moderna. El mundo está enrarecido por los resultados extraños de un mundial extraño, que ve caer grandes tras de grandes. Todos amenazan de empelotarse por una victoria desesperada. 07-07-10 marca la pantalla. Alemania 0 España 1. Me pitan para que mueva el carro, las niñas ya están en el pasillo sin que yo las vea, tampoco oigo, porque Ledis Krolikoski ha contestado mi mensaje de texto desde Miami, pero en el clímax del mensaje me para en seco, me deja viendo un chispero:

- Bueno, ya no te aburro más con mis historias. Después te escribo otra vez, ahora tengo que ir a ver mi novela de las 10:00 PM. La veo todas las noches, se llama: ¿Dónde está Eliza?

- Chao.

- Ledis.

***

Entre 1974 y 1987, Bajo Grande, el pueblo retorcido en un ensille de burros, de 92 casas dispersas en una planicie de cascajo, donde nacimos esta generación sentimental y silenciosa, cambió de Paraíso a Infierno. Trato de enlazar los hechos más dicientes para anudar esta historia desconocida por la gran prensa. Antes de estas fechas vitales, la escena más recurrente en mi mente atragantada de recuerdos, es la del domingo 19 de abril de 1970. Hay otras escenas de la niñez que se revelan con cierta nostalgia entre nebulosas, en ráfagas de segundos, como los aguaceros largos de las mañanas tristes- corcovaos fríos -, los barquitos de papel en el desagüe de la calle, la enfermedad de la abuela María Dolores, su frase rechazando el jugo de mango y las camas de tijeras, frías, como castigo a una travesura, con el mapa abstracto del niño meón.

Aquella tarde de elecciones, a cada reporte de la radio, la muchedumbre apostada en la puerta de nuestra casa, vitoreaba la victoria de Gustavo Rojas Pinillas- que era el nuestro- sobre el desconocido Misael Pastrana Borrero, a quien días antes le habían lanzado pescado podrido en la plaza de San Jacinto. Nos acostamos con el sabor de la victoria, pero ese otro día ya el presidente era otro. Fue la primera derrota política, de la que quizás no nos hemos repuesto. El pueblo tenia que levantarse en armas.

Cuatro años después, un 16 de enero- según el reporte de Ledis- Fernanda Díaz Lora, la esposa del Valiente Solitario- decide abandonar aquel pueblo sin esperanzas, perdido en el camino real, y se instala con sus cinco hijos en Barraquilla.

Sin embargo, la verdadera decadencia del pueblo, comienza meses después de aquella derrota, cuando se trastean Nelson Hamburger y Virginia Fernández, para San Jacinto, quienes eran los pioneros de los pocos adelantos. Hubo llanto y más de diez comadres que perdieron el sentido. La pareja era el corazón del pueblo.

Años antes, agobiado por la pesada carga de cuatro hijos estudiando por fuera, Nelson Hamburger había decidido vender la planta Lister con la que le daba luz a medio pueblo. Fue un duro golpe para todos. Mi madre lloraba a cada martillazo que pretendía sacar de la base de concreto aquella planta que fue la luz y la alegría de Bajo Grande, a la que le decían La Mocha. Pese a que la operación fue de madrugada, todo el pueblo se despertó a cada martillazo, quizás aletargado por que se venia la oscuridad de nuevo.

***

Instalada en Barranquilla con sus hijos, Fernanda Díaz Lora buscaba fórmulas para vencer la pobreza. Se había matriculado en una academia de costura, pero en realidad nunca dio la pata. En un diciembre, ella le hizo unas maxis a sus hijas, nada graciosas, nada elegantes, que hoy son motivos de risas. Ledis tenía solo nueve años.

La escena la tengo en el Blackberry y la leo mientras las niñas vienen al auto mal estacionado. La maestra aquella noche- las clases eran nocturnas- llegó con una propuesta a sus alumnas. Tenía una sobrina en Miami y necesitaba a alguien que viajara para que le ayudara en un taller. Fernanda fue la primera en levantar la mano. El problema fue adquirir la visa en el consulado americano. Todas las noches llegaba con tremenda frustración, porque siempre faltaba un papel.

Leo: “Fueron muchas noches de desilusión cuando ella regresaba a casa después de varias ocasiones de presentarse en el consulado Americano a buscar su visa y siempre le hacia falta un papel; ella regresaba a la casa totalmente devastada porque su esperanza de cambiar el futuro de sus hijos se desvanecía. No se cuánto tiempo tomó pero al final le aprobaron su visa y viajó a los Estados Unidos en el 1977, si mal no recuerdo el 24 de junio, tres años y medios más tarde de haber llegado a Barranquilla. Nosotros llegamos a Barranquilla el 16 de enero de 1974”

Ledis tenia 13 años, su madre viaja por un año a Miami, año que se convertirían en 8 , que hoy ya son una eternidad, convirtiéndose en un viaje sin retorno.

Es allí donde realmente comienza el viacrucis. De una vereda agreste y pacifica que empezaba a descomponerse, Fernanda se enfrentaba a una ciudad moderna y civilizada. Viene entonces el dolor de la incomunicación y el sufrimiento. Todos sufrían de alguna manera la ausencia, pero nadie se comunica con el otro para compartir ese sufrimiento. El valiente solitario llora en silencio en Venezuela, hasta que Fernanda logra llevarse, ocho años después, a todos sus hijos.

Mientras las niñas vienen, de la mano de su madre, leo: “Fue uno de los domingos mas tristes de mi vida, yo no quería que ella se fuera, es un sentimiento que pocas personas puedan entender: saber que tu mamá- la única persona que se ha ocupado de ti toda la vida- te deja, se va sólo por un año, pero ese año convirtió en mas de ocho. Fue una situación difícil para cada uno de nosotros, yo solía decir cuando algo malo me pasaba que si no me morí cuando mi mamá se fue no me voy a morir ahora. Tal vez porque me tomé lastima a mi misma, yo siempre sentí que entre todos mis hermanos yo fui la que más sufrí. Pero ahora escribiendo esto me doy cuenta que nadie mejor que uno mismo sabe lo que siente en su interior, y yo no estaba dentro de mis hermanos para saber que tan intenso era el dolor de ellos. Yo sufrí, yo extrañé muchísimo a mi madre. Yo sufrí de mucha depresión en mis años de adolescente, pero la sufrí sola, callada, yo era triste, creo que esa fue una de las cosas que mas marcó mi vida. Pero jamás le reprocho a mi madre porque para mi ella es una mujer muy valiente, que también sufrió muchísimo al dejar a sus cinco hijos tan pequeños y solos. Bueno ya no te aburro más con mis historias. Después te escribo otra vez ahora tengo que ir a ver mi novela de las 10:00 p.m. La veo todas las noches se llama: Donde esta Eliza?

Chao,

Ledis

martes, julio 13, 2010

LOS RASTROS DE LA MEMORIA (IV)

Por Alfonso Hamburguer
BAJO GRANDE, UNA POSTAL DE OLVIDOS.

Visto desde lo alto, dese el helicóptero que ha traído al vicepresidente Francisco Santos con una misión extranjera para declararlo zona libre de minas anti personas, Bajo Grande no es más que unos peladeros, montes espinosos y unas casas tratando de resistir en el tiempo y en los recuerdos. Se trata de una aldea de indios, con casas dispersas tiradas a la jura al costado de un arroyo seco. Las de palma no resistieron la candela de los paramilitares, que les prendieron fuego el 22 de octubre de 1999 en su última incursión o cayeron redondas carcomidas por el tiempo. Las de zinc, que eran pocas, han resistido con más estoicismo los aguaceros de octubre. Los caminos se borraron y el monte creció ferozmente, mientras las guartinajas, conejos y venados, se repoblaron a montones.

No viajo en el helicóptero con Santos, pero la foto que he bajado por Internet, me muestra a un pueblo muy diferente al de los recuerdos, en el que cantamos “Salud Adorada bandera que un día/ batiste tus pliegues allá en Boyacá/ Sellaste por siempre la lucha bravía/ de un pueblo que ansiaba tener libertad”. Recuerdo a mi madre, la maestra abnegada, enseñándonos el catecismo y estas tonadas patrias, preparando la celebración del 20 de Julio o la primera comunión, caminando las procesiones y gozando los fandangos. ¡Ah, las carreras a caballo y el recorrido casa por casa, pidiendo los dulces de Semana Santa. También al cura Javier Cirujano Arjona, asesinado por la guerrilla en 1993, comandando la tanda de caballos piqueteros, antes de la procesión.
Hay otra foto que me despierta a la realidad. Es una perspectiva de la iglesia de piedra y barro- construida por Cirujano- vista desde el lateral izquierdo, desde atrás, quizás tomada desde el sardinel de piedras muertas en la casa de Male Caro, también muerto en el exilio como mi tío Alfonso y tantos otros. Allá se ve la plaza donde mataron al Inspector de Policía, Ramón Ortega, en la primera incursión de la guerrilla. También se ven tres casas de zinc en hilera: a la izquierda la que era de Walberto Hamburger Herrera, la del Inspector Ramón Ortega y la de Argelino Anillo Herrera, que es la última, ya casi contra el barranco escabroso y sobre la bajada al canal de Flores Negras. De los tres sólo sobrevive Walberto. Al inspector lo mataron y Argelino, que llegó a acumular plata, que tiraba billetes a manos llenas en la corraleja de Zambrano, murió de la nostalgia en San Juan Nepomuceno.
En la foto el monte ha borrado hasta las piedras. De la plaza seca, con piedras de cascajo, la maleza ha hecho de las suyas. Al fondo se ven las lomas grises de Arroz Con Gallo y Las Pajas de Flores Negras, donde los de la Shell- según mi tío Piero- dejaron un tubo erguido en un mojón para no equivocarse si acaso regresaban.
Con la foto, que nos regresa a una realidad dura y cruel, más la ayuda de la memoria, empiezo a recorrer el pueblo. Encuentro que la mayoría de los jefes de hogar, especialmente quienes ya franqueaban los 50 años cuando les cayó la mala hora del desplazamiento, han muerto. Muchos murieron de hambre, la mayoría, como mi tío, de nostalgia. Incluso, murieron en el exilio- si porque nunca se amoldaron a otro pueblo- los Herrera y Los Vásquez, hombres y mujeres longevos por naturaleza, que pasaban campante por los cien abriles como si nada y perneaban para morirse. Eran hombres y mujeres a quienes nunca les dolió la cabeza. Arace, Herlinda, Eva, Mercedes, Raquel, todas Vásquez, murieron en alguna parte y sus cuerpos ahora están regados en otros cementerios. La que más duró fue Raquel, pero no le alcanzaron los años para regresar, lo que ha sido la lucha de su hijo Joaquín, quien tiene la sangre dulce para el ganado. Con su cojera eterna- pues una vaca de una recua perdida de Fernando Díaz que atravesaba el pueblo lo embistió y le partió una pata en su propio patio- lidera la resistencia contra el olvido. Fue el único mortal que aguantó todos los desplazamientos, dispuesto a que lo mataran.
En Sincelejo visité a María Anillo, la esposa del Inspector Ortega. Pese a la perdida de siete miembros de su familia, sigue dura. En esos días se había operado un ojo y mandado a extirpar aquella verruga que parecía un lunar al lado de su nariz. Pese a los dolores de la vida, aun le quedan rasgos de que fue muy bella. Todavía no les han reconocido nada por su muerto principal, su esposo, pese a que trabajaba con “el gobierno” y por eso lo mataron los guerrilleros. Nunca supo cómo allegar los papeles para probar su muerte. Los titulares de la prensa, que guarda amarillentos, son testigos de su infortunio. Aquella vez fueron dos los inspectores muertos, con el de Jesús del Monte, en zona del Carmen de Bolívar. “Güerilla mata dos Inspectores”, dice la noticia escueta de El Universal de Cartagena.
A Avelino Escobar, el carpintero y machero de la gaita, que siempre fue catalogado de flojo, porque jamás terminó de parar su casa, me lo encontré casi caducando en San Jacinto, mientras jugaba dominó. Debe estar pasando por los cien años. Ya no se acuerda de nada. La muerte de su hijo “El Chino” en la última incursión de la los paramilitares, fue como un golpe de suerte, porque a este si se lo pagaron y con la plata adquirió una casa en la orilla de la carretera, donde viven de la caridad de sus hijos jornaleros.
Para algunas familias que sus hijos cayeron en los falsos positivos, las indemnizaciones se constituyeron en un culto al gozo de la tragedia. El poeta Julio Sierra Domínguez, escuchó una conversación en un banco de Sincelejo, donde se encontraron dos comadres enlutadas por la tragedia. A la primera le dieron un cheque considerable, lo que extrañó a la segunda. La primera le explicó que esa suma importante obedecía a que a ella le habían caído dos hijos, a lo que la otra repuso, con extremo lamento:
- Hay, mija, calcula tú, que a mí me mataron sólo uno.
Sigo observando la foto que ha tomado El Tiempo y que encuentro en Verdadabierta.Com. En la perspectiva no veo la casa de Don Remigio Medina. La casa era una de las mejores, ubicada en toda la esquina de la plaza. Era de palma y tenia una tienda muy surtida. También era cantina. Eva Castellar Vásquez, su mujer, murió en San Jacinto afectada por una diabetes crónica y por la nostalgia. Antes de morir le habían cortado una pierna, pero más antes le habían matado las ilusiones del retorno al pueblo donde vivieron felices y acumularon cierta riqueza. El resto de la familia se dispersó por el mundo.
La perspectiva de la foto no cubre la casa de Rufino Castellar, que vivía en la otra esquina de la plaza, hacia la izquierda. Tampoco retornó. Fue uno de los primeros en morir. Rufo, como le decían, era el padre de Luis, el muchacho malogrado en un fandango, al ser cargado en hombros por su mejor amigo, cuando el pueblo era una aldea feliz y escondida del mundo. También escondida del Gobierno. Del asesino culposo jamás se supo.
En un ligero repaso por las otras calles voy encontrando, ya con el recuerdo de la memoria, difuntos y difuntos, hombres de reciedumbre, de hacha, machete y garabato, pero que fueron impotentes para soportar la tragedia del desarraigo. Me voy a la calle Barranquillita, bautizada asi por su alegría carnavalera. Me enfrento a la imagen de Edilberto “El Negro” Sierra, quien era el dueño de la tienda mas surtida. Sus buenas reses y sus magníficos cultivos lo elevaron a la categoría de blanco. Ël me contó que una vez desplazado, empezó a hacer todo tipo de negocios, pero ninguno resultaba, hasta que se le dio por comprar aguacates en El Carmen de Bolívar para vender por pueblos polvorientos del Magdalena. Un día de sol demasiado ardiente para su estado emocional empujaba una carretilla de aguacates por el centro de Plato, sin que nadie se dignara comprarle nada.
- ¡Aguacates, aguacates, aguacates! Gritaba.

- Agua paso por aquí, cate que yo no lo vi, le respondió burlón un vacan mofándose de su suerte desde un sardinel.

Se acordó del desprecio de algunos por este fruto, en el sentido de que hambre debía tener la persona que se aventuró a comerse el primero. ¿Cómo supo que no era un fruto venenoso? Fue donde se percató de la situación tan difícil en que había caído. En Bajo Grande, donde ningún vendedor pregonaba sus productos, él era un rey de la vida. Y ahora gritaba como un loco por las calles de Plato. Aturdido por su situación miró a todos los lados a ver si ningún paisano lo estaba viendo, porque se hubiese muerto de la pena. Fue cuando se sentó en un sardinel y no pudo contener las lágrimas.
Para no sobre abundar en recursos literarios, como dicen los críticos profesionales, sólo repasaré dos o tres casos más, que podrían situar a los lectores en situaciones claves de la historia. En la misma fotografía, debía estar registrado el billar donde vieron por última vez a Marcos El Culón, como le decían a uno de los hijos de Rosita Sierra. El joven salió de a pie por el camino Real, rumbo la Finca El Hacha, con otros tres jóvenes mas y se los tragó la tierra. Estos desparecidos fueron el principio de las malas noticias del pueblo. Antes, Jaime Herrera Vásquez, quien era el rey de la Pinola, se fue a trabajar a Venezuela y nunca más se supo de su suerte.
Y finalmente, en Zambrano murió, hace unos seis años, el Ex Policía, Pedro Vásquez Ariña, quien había sido uno de quienes figuraban en una supuesta lista que llevaron los guerrilleros el día que mataron al Inspector.
Y en Sincelejo, mientras un pelotón de desminado se gastaba mil millones de pesos, moría con el año, Male Vásquez, de más de cien años, sin un solo peso en el bolsillo.

BAJO GRANDE, TERRITORIO FIFA.

Bajo Grande nunca tuvo la mano del Gobierno en más de cien años, cuyo aporte se limitaba a un maestro, un inspector de policía y un visitador de la Malaria en tiempos del DDT y nada más. La Policía Nacional llegaba cuando iba a capturar a algún cuatrero fugado y el cura lo hacia en las fiestas patronales de Santa Catalina- los 25 de noviembre- , cuando sacaba la tarea de matrimonios, bautizos y primeras comuniones acumuladas a lo largo del año.
El terruño parecía no existir en los mapas del Gobierno, salvo para los procesos electorales, cuando llegaban puntuales las papeletas de los partidos liberal y conservador, pero existía para la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA. El fútbol era la única regla de la civilización que parecía aplicar correctamente en la idiosincrasia popular. El campo de fútbol tenía las medidas del Maracaná. Y aunque no lucía una sola mata de grama – pues los burros sueltos no la dejaban prosperar- era plano y agradable para el balón, que se podía jugar a ras de piso. Los arcos, construidos en madera, estaban ubicados como es debido, uno al Sur, que daba con el cabezón escondido o charco frío de Juan Pablo, en la orilla del arroyo del Mico; y el otro, al Norte, colindaba con los trupillares y las gradas naturales de Culo Alzado, un promontorio rocoso que permitía ver la panorámica del pueblo. Los peligros más caros para el balón eran las profundidades del arroyo, el cementerio al Sureste -por el susto de los muertos- y las espinas de los alrededores. Aromeras, trupillos, pringamoza, zarza pata e grillos y cactus de todas las especies tapizaban sus gradas perfectas. De modo que el balón, entonces de cuero, debía ser inflado con Finilex, un gas que impedía la salida del aire. Con ese gas curativo, más denso que el aire normal, el balón tomaba unas dimensiones extrañas, psicológicas, pesaba mucho más y por ende daba la sensación de ser más grande.
El fútbol y el béisbol en su tiempo, fueron sagrados como los trastos de la iglesia y casi únicas diversiones para adultos y chicos. Los equipo que visitaban a Bajo Grande siempre se fueron derrotados, incluidos legendarios Los Católicos de San Jacinto, que dejaron en su arena un invicto de 48 fechas; y La Caja Negra de Tenerife, Magdalena, conformado por pescadores robustos, capaces de cualquier cosa por un triunfo.
Con el “balón grande”, nadie les ganaba, pues era con éste que practicaban. Los adversarios que llegaban con balones normales, reglamentarios, no se arriesgaban a usarlos por las espinas de los alrededores. Los locales ponían su balón, que era casi imposible de manejar por la visita. En uno de los partidos, en que los visitantes se arriesgaron con su balón, Bajo Grande perdía dos goles a cero en el primer tiempo. No hallaban el balón ni cuajaban jugadas importantes, porque el esférico se les hacia muy liviano. Cada patada se iba por encima del arco visitante. Fue cuando, finalizando este tiempo, alguien de los espectadores, que se amontonaban bajo los árboles, gritó:
-Pónganles el grande!
Pusieron el grande, el inflado con gas. Enseguida la selección Bajo Grande halló su comba, empató antes de terminar el primer tiempo e hizo dos goles más en el segundo. Se repetía lo de la final en el Mundial de Futbol de Uruguay 1930, en que el árbitro, en una salida salomónica, permitió que cada equipo jugara un tiempo con su balón de práctica.
De esos jugadores virtuosos, muchos cayeron en la guerra sucia, como Ramón Ortega, el Inspector de Policía, quien era un extraordinario centro delantero goleador y su hijo Ulfran, también veloz delantero, muerto cuando estaba ya desplazado, en Valledupar.
Alfonso Hamburger Herrera, el valiente solitario, alguna vez estuvo a punto de matar al caballo cascón de su padre Wilfrido. Tenían juego a las diez de la mañana con la selección de Las Palmas, pero su primer hijo, Wilfrido Junior, de meses, no los había dejado dormir en la noche anterior, aquejado por fiebre alta, vomito y diarrea. Salió de urgencia a comprar medicina en el caballo a Zambrano, cuatro leguas más abajo. Fue y vino en un tiempo record, sin dejar de azotar al animal, que al llegar al patio paró en seco y cayó de bruces. Había llegado justo cuando ya sus amigos se aprestaban ingresar al campo.
El San Jacintero siempre llegó a Bajo Grande mirando a su gente por encima del hombro, quizás con el mismo prejuicio con el que miraban a los palmeros, ubicados en zona intermedia. Siempre se fueron derrotados en el fútbol. Alguna vez, me tocó hacer de árbitro y los jugadores visitantes, ante la inevitable goleada que estaban recibiendo, el agotamiento que les producía un campo tan inmenso y un balón tan grade, pidieron que se les dejara hacer recambios.
- Nada de eso, este es territorio de la FIFA, les dije.

En 1979, tras terminar mi bachillerato en San Jacinto y sin un futuro claro por la falta de universidades, fue la última vez que pasé unas vacaciones enteras en Bajo Grande. Fueron 30 o 40 días formidables. Organizamos una maratón donde me derrotó Rafael Herrera, un joven pies descalzos. Yo venía de barrer en cuanta maratón se organizaba en la región. Hacía sólo tres meses había derrotado a Juan Conde, rey de Las Palmas en su propio patio y de triunfar en la Semana Estudiantil del ITA de San Jacinto. Me sentía sobrado. Como organizador de esa primera y única maratón que se hizo en Bajo Grande, acepté que Rafael corriera pies descalzos. Después de la partida, en las cuatro vueltas al pueblo no lo volví a ver más allá de las rectas. Jamás lo pude alcanzar. Rafal “el de Dora”, como le decían, fue uno de los primeros muchachos en desaparecer del pueblo. Salió a caminar tierra y jamás se supo de él. Igual sucedió con Jaime Herrera Vásquez, vecino nuestro, quien se hacia mil pinoles con una bola de trapo. Se le pelaban los nudos de los pies pero no soltaba la esférica en horas. Se fue para Venezuela mucho antes del desplazamiento y jamás se supo de él. Después, cuando las fincas vecinas cambiaron de dueños que electrificaron las cercas y patrullaban los linderos hombres armados en motocicletas, empezaron a desaparecer más personas. El turno seria para cuatro jóvenes más que iban al Rio por el camino Real y se los tragó la tierra.
Cuando nos mudamos a San Jacinto, en febrero de 1974, en las marchas callejeras se escuchaban vivas al EPL como brazo armado del PCMl, coros tan usuales como los de Juan Chuchita le hacia a Andrés Landero. Allí ya el pueblo estaba dando un viraje de guerra. Igual decían los campesinos que la tierra era para quien la trabajaba y que el deporte era el opio del pueblo.
Si en Bajo Grande no supimos de subversivos nativos, ya en San Jacinto, donde conformamos un buen equipo de futbol estudiantil, dos de los muchachos desaparecieron de la noche a la mañana, se habían metido a guerrillero. Ramón Fernández, quien tiene su finca en las faldas del Cerro de Maco, un día llegó al rancho y lo encontró lleno de guerrilleros, quienes lo pusieron de cocinero. Entre los insurgentes conoció a uno de los muchachos que habían desertado del equipo de fútbol, cometiendo la falta de saludarlo con su nombre. El muchacho lo dejó con la mano extendida, tras advretirle.
- Perdón, señor ¿Lo conozco?

Después lo llamo afuera del rancho y lo amenazó.

- Mira, viejo hijueputa, tú no me has visto.


¿Qué interés revestía para los dueños de la guerra este pueblecito perdido entre las colinas de Arroz con Gallo y un arroyo culebrero? No tenía petróleo. No Tenia Níquel. No tenia sembradíos de coca. No tenía guerrilleros ni paramilitares. No tenía caminos. Y la luz que le habían puesto, sólo había servido para enviciar a la juventud. Dio la sensación que con la luz el pueblo empezó a descomponerse. Tenía cactus de donde los gaiteros sacaban la música. Y tenía muchos aromos, un árbol espinoso que produce un platanito parecido al dividivi, ese que le da el nombre a “Las Aromeras”, donde fue liberado el Ex ministro Fernando Araujo, ubicadas a muchas leguas de allí.
El aromo nunca ha sido promocionado más allá de ser el lugar donde estaba secuestrado Araujo. Mi padre siempre defendió a este árbol, que se constituyó en su mejor aliado en los extensos veranos. Ordenaba a sus trabajadores recoger su fruto y lo almacenaba para alimentar el ganado cuando escaseaba el pasto. En tiempos de vacas flacas, el cactus y el aromo eran una bendición, pues el ganado se purgaba y después engordaba. Le servía de purgante y alimento a la vez.
¿Si no era el oro, el petróleo o la coca lo que querían los violentos, qué era lo que querían con este pueblo, al que no se le ha dado nada de importancia en la prensa nacional?
¿Qué lo querían de corredor estratégico o de escondite? Nada. No se justificaba tanto dolor.
Ahora que trato de ver en el fútbol el único nexo del pueblo con la civilización y las reglas internacionales, me veo en las mismas vacaciones, caminando con los chicos del equipo de fútbol, rumbo a San Agustín, corregimiento de San Juan Nepomuceno en la orilla del Rio Magdalena. Allí nacieron dos grandes figuras del acordeón, Julio Rojas Buendía, dos veces rey vallenato y Rufino Barrios, quien hacia acordeones en Sincelejo, con su famoso sello Rufib.
Las cuatro leguas de camino eran escabrosas. Atravesamos a pie y en burro Corralito, Desconsolado, El Bajo, Casa de Tabla, Corral de Piedra y otras veredas, vadeando cañales, pringamosales, cadillos y zanjones. A las diez de la mañana, después del madrugonazo, estábamos enfrentados al equipo local, en una cancha hosca, llena de arena y extensa, que también era utilizada para béisbol. El equipo de San Agustín era conformado por pescadores y gente veterana. El nuestro era un entrevero de viejos y jóvenes. El portero era Fabio Ortega, hijo del Inspector asesinado. Entre los marcadores recuerdo a Carlos y Emigdio Herrera, quienes se batieron como fieras para mantener a raya a los rápidos delanteros locales. Nos tenían embotellados y sin poder avanzar más allá del medio campo. Como al minuto 40 del primer tiempo, Hugo Caro, de los nuestros, un alero izquierdo de raya, de los que ya no salen, se corrió por su sector driblando rivales, hasta llegar a la equina, de donde lanzó certero centro al área. El arquero local logró apuñetear el balón, quitándoselo de la cabeza a Ulfran Ortega. El esférico quedó sin dueño, de rollete, dando vueltas en el punto penal. Y yo, que venia desde atrás acompañando la jugada como mediocampista de enredo, alcancé a darle con la punta del guayo, mientras las dos defensas contrarios se quedaban con pedazos de mi espinilla. El balón salió disparado igual como lo recibí, de rollete, con más defecto que efecto, y lentamente, luchando con la arena, se fue por el palo izquierdo del portero, quien gateaba para alcanzarlo. Y justo después de haber entrado a la valla, se detuvo ¡Casi que no entra! Como buenos costeños no sólo gritamos goooool, sino :“Goooool hijueputa, gooool”.
Habíamos sonsacado al león en su propia caverna. Fue entonces cuando los locales se envalentonaron y nos metieron casi en el arco nuestro. Nuestro arquero era imbatible, a veces ayudado por la arena (donde se dejaba caer después de volar) y el desespero de ellos. El árbitro, que era el aporte local, nos expulsó a Emigdio Herrera, al culminar el primer tiempo, cuyo alargue fue exagerado. Emigdio hoy es líder de desplazados en Barranquilla.
En el segundo tiempo el asedio de esas fieras fue peor. Nos mandaban misiles por todos los costados, pero después de una hora de lucha libre, sí porque el árbitro pitó 60 minutos, y sólo con diez hombres, corónanos el uno a cero.
Pese a ello nos dieron almuerzo, hubo un toque de banda en nuestro honor y después cogimos otra vez- en burros y a pie - el camino de regreso. En ese año, siete antes de la primera toma guerrillera, aún no había comunicación entre estos pueblos, pero al llegar, las muchachas tenían armado un baile de honor que nos habían preparado por el histórico triunfo. Les habíamos quitado 57 fechas invictas en sus arenales. ¿Quién les había avisado? De seguro alguien había llevado la noticia antes de nuestro regreso, como el niño que se escapó en medio de la toma guerrillera de junio del 87 y cruzando montes, llevó la noticias a las Palmas, donde la embarcaron en el primer carro que salió para San Jacinto.
… Ahora que escribo esta crónica me pregunto si eran estos caminos-por donde jamás ha pasado un auto- lo que querían quienes destruyeron nuestro pueblo.


lunes, julio 12, 2010

LOS RASTROS DE LA MEMORIA (III)


¿POR QUE SE METIERON CON UN PUEBLO INDEFENSO?

¿Qué era lo que buscaban quienes se ensañaron con un puñado de familias decentes?

Por Alfonso Hamburguer

Antes de que el pueblo fuera arrasado por los paramilitares y se desplazara para siempre, algunos hechos estuvieron al borde de propiciar una matanza familiar. Alfonso Hamburger Herrera tenía fama de valiente. Era el mejor tirador de la comarca. A los conejos los mataba en el salto, después de quebrar adrede una hoja para que se espantaran y coserlos a plomo certero en el aire. Su mejor amigo era Mito Barreto, con quien salió de malas en una parranda. Fue a su casa a buscar la escopeta para matarlo. Regresó resuelto a sellar la afrenta. Su amigo se abrazó a su madre, Ninfa de Barreto, dispuesto a recibir el castigo. Alfonso lo apuntó y se aprestó a disparar, pero cuando apretó el gatillo, ocurrió algo providencial. El tiro falló. Fue cuando sucedió algo mágico. Allí todos parecieron despertar de una especie de sueño pesado, entonces terminaron en un abrazo colectivo, en medio de llantos. La parranda que celebra la vida duró tres días.

Nunca se pudo establecer qué tipo de afrenta le había hecho Mito a Alfonso, pero si de los comentarios de los familiares. Si el tiro hubiese hecho fuego, las dos familias se hubiesen acabado en una venganza interminable, como la de Los Méndez con los Fernández, que en el vecino Carmen de Bolívar, se había convertido en un espiral de venganzas que los fue envolviendo a todos, hasta menguar la imagen del pueblo. Allí nacieron grupos de autodefensa que todavía la historia no registra plenamente. Hasta Bajo Grande, que estaba muy distante, por reflejo recibió las emigraciones de bandidos- o inocentes que huían de la ley- que llegaban a refugiarse en sus tierras, cargando el peso de un muerto y recuas de caballos robados. De algo tenían que vivir, en tiempos que el rebusque iba ligado con visos de ilegalidad.

Mito Barreto también fue un desplazado sentimental antes que llegara la barbarie guerrillera y paramilitar. Manejaba un tractor en Zambrano, Bolívar, donde murió aplastado por esta máquina. Al parecer estaba borracho ese día trágico. Como Alfonso, cuando esto sucede, estaban uno viudo y otro abandonado. Parecía una estirpe condenada a la muerte o a la soledad.

MOTIVOS PARA ATACAR UN PUEBLO.

A estas alturas, cuando el pueblo ha sido desminado, han aparecido extraños compradores de tierra y la gente empieza un retorno incierto, la pregunta es: ¿Qué motivos tenían los violentos para propiciar su desplazamiento? En octubre de 1999, cuando los paramilitares mataron a cuatro muchachos inocentes, escogidos al azar, y le prendieron fuego a las casas, que se resistían a arder, pues toda la mañana había llovido, ya habían ocurrido varias masacres, que si bien salieron en la prensa, no tuvieron las connotaciones de las del Salado, Chengue o Mampujan, ocurridas en sus alrededores.

Carlos Herrera, quien presenció esa última masacre, recuerda que la gente se desplazó a pie hasta San Jacinto, con el barro hasta los tobillos y rodillas en partes fangosas. Los cadáveres quedaron en la mitad de la calle, en el barrio Abajo, y nadie se atrevió a levantarlos. Cuando el Ejército llegó con un tractor a los dos días- que era la única máquina capaz de penetrar por los caminos convertidos en lodazales- ya los perros se habían saciado con sus carnes podridas.

Ese día trágico, Walberto Hamburger Herrera, uno de los hermanos de Alfonso, había madrugado a cortar una huerta de tabaco a un kilometro del pueblo. A las 10 AM se aprestaba a cruzar una cerca de alambre con una brazada de hojas cuando observó la humarada en lo alto, sobre el pueblo, entonces se llenó de malos presagios. Hoy vive de vender suero en Valledupar, después de ser ganadero y cosechero de tabaco.

Avelino Escobar, el carpintero del pueblo, también afamado gaitero, quien jamás pudo en más de 50 años de trabajo terminar de parar su casa, era el padre del Chino, uno de los muchachos acribillados a tiros, como si los paramilitares hubiesen probado puntería con él, pues nunca tuvieron relaciones con personas fuera de la ley, mas allá de la gente del pueblo. De los solares del pueblo no salió un sólo bandido.

En una rápida investigación, se pudo establecer que ningún habitante del pueblo fue guerrillero o paramilitar. Si colaboraron con alguna de las partes en conflicto fue presionados, como en el caso de Gadimedes Navarro, de 42 años y su hijo Eduardo Navarro Arroyo, de 18, quienes tenían una tienda y fueron muertos por la guerrilla, acusados de colaborar con los paras.

El primer muerto grande había sido el Inspector de Policía, Ramón Ortega, ajusticiado por el EPL en plena plaza pública, el 11 de Julio de 1987, después de un juicio revolucionario. Desde allí cada grupo fue cobrando victimas, alternadamente. Y muchos de los que se fueron, especialmente los descendientes del Inspector, empezaron a morir en forma trágica, en una cadena que daría para una crónica escabrosa por aparte. Descendientes directos del Inspector inmolado, han muerto siete, desde Valledupar a Bogotá. La violencia los ha ido persiguiendo, como si viajaran con esta costra o especie de atadura extraña. La manera en que Vilma Ortega, hija del Inspector- hoy residente en Sincelejo- narra como le mataron el último sobrino en Bogotá es espeluznante. Raúl Cuadros- como era su nombre- se fue huyendo a Bogotá de perseguidores extraños y no habiéndose aclimatado allá, decidió llamar desde un teléfono público para anunciar su regreso. Su madre quedó atónita en el teléfono. Alguien tomó el auricular y le dijo: Señora, al muchacho que hablaba con usted lo acaban de matar de un tiro. Desplazados habían muerto, Ulfran, hijo del Inspector; Ulfran Javier, hijo de Ulfran; Edgar, hijo de Vilma y Raúl, hijo de Pablo, nietos de Ramón. Raúl había sido el niño que se atrevió a salir de Bajo Grande a llevar el aviso, cuando mataron a su abuelo.

EN ESTA TIERRA NADIE ERA COMUNISTA.

Bajo Grande jamás tuvo ideas comunistas. Los corredores de tabaco, que en otras partes fueron parte del proceso de explotación que generó revueltas campesinas, aquí eran personas que mantuvieron relaciones más bien familiares con los cosecheros. Siempre hubo armonía mas allá de cualquier discusión por un partido de fútbol o por las travesuras de un perro que se metió a la casa ajena y se llevó una presa de carne.

Solo se hablaba mal de un corredor proveniente del Carmen de Bolívar, quien tenia una romana (pesa) tramposa. A la hora de pesar el tabaco, dejaba caer un objeto, y cuando se inclinaba a recogerlo bajaba adrede la balanza, ganándose allí unos kilos. Los campesinos jamás utilizaron la pesa que quiso imponer la Asociación Municipal de Usuario Campesinos, que en Bajo Grande no cuajó. Sin embargo, la malicia indígena los llevó a “empuercar” el tabaco que muchas veces era bañado con agua caliente o le dejaban venas verdes en el centro para lograr mayor peso. Dicen que otros- para defenderse de la pesa tramposa- envenenaban los mazos con tierra. Eran puras conjeturas, pues sabían que si el tabaco se dañaba en la bodega, todos perderían.

El Blanco Castellar, un viejo de apariencia bonachona y perezosa, fue el único habitante que se negaba a votar en las elecciones y hablaba con frecuencia de sus ideas comunistas, pero nadie se lo tomaba en serio, más aun cuando lo ablandaba una botella de ron. Nunca hubo organizaciones campesinas ni peso discordante al del corredor para pesar el tabaco, como en otras partes, que la balanza con la que se calculaban los kilos era de La Casa Campesina, vigilada por la Asociación de Usuarios Campesinos, Anuc. Los godos, que eran minoría, sacaban sus buenos votos liberales, por compadrazgo. Eso sí, nunca superaron la derrota de Gustavo Rojas Pinilla a manos de Misael Pastrana Borrero en abril de 1970.

Las ideas comunistas habían quedado plasmadas sólo en unos versos improvisados del gaitero Toño Fernández, una vez regresaron de Europa Los Gaiteros de San Jacinto, quienes llegaron con ego argentino: El godo y el liberal/ sufren de la misma ancheta/ pelean por la misma teta/ que los dos quieren chupar.

Yo no soy conservador/ pero liberal tampoco/ desde que estuve en Moscú/ ahora pienso de otro modo.

MASACRES DEBELADAS…

La masacre de EL Salado, en el año 2000 las justifican las AUC por el trazo de una operación de barrido insurgente que les llevó año, seis meses y 19 días, según informe de www.Verdadabierta. Com . Querían romper los nexos de los habitantes con los guerrilleros, cuyo campamento principal estaba a cuatro kilómetros del pueblo. Las Farc habían reemplazado al EPL en su accionar perverso para estos pueblos, desde 1991.

En el Sur de Bolívar, donde estaba enquistado el ELN y después las Farc en algunas poblaciones, la disputa se parecía justificar en las 10 toneladas de oro que produjo la zona en 1995 y las miles de hectáreas de cultivos de coca. Ya existían serios nexos de los grupos armados con el narcotráfico y el manejo de un estado paralelo, impuesto por los subversivos, lo que tenía a la comunidad inconforme, por los abusos reiterados.

Pero en Bajo Grande, que había dejado de ser el cruce obligado al Rio Magdalena y las grandes haciendas habían dejado de ser productivas, el desplazamiento de la comunidad no precía justificarse por ningún lado.

¿Qué había petróleo en la zona? Recuerdo que alguna vez cuando niño, mientras caminábamos por la finca Flores Negras, de Miguel Hamburger, nos encontramos con un tubo de hierro sembrado en un mojón, con letras de la Shell. Se comentaba que en la zona, plagada de trupillos, zarza brava pata e grillo y pringamoza, el petróleo aun estaba revuelto con agua. Que los gringos habían dejado que pasara un tiempo de maduración.

-Aquí no hay petróleo, dijo Piero Fernández, nuestro tío.

- ¿Y el tubo marcado para que es? Le pregunté, siendo un niño.

Entonces respondió:

-Ni por las chiras, los gringos son muy inteligentes. De seguro dejaron el tubo para no volver a cavar allí, para no equivocarse. Allí no hay nada de riquezas.

Si no había petróleo, ni gas, ni las tierras eran tan fértiles, si los caminos no eran estratégicos para la guerra o para el narcotráfico ¿por que arrasaron con el pueblo?

Fue tan precaria la información sobre las masacres que se cometieron contra este pueblo, el pueblo del que Alfonso Hamburger Herrera fue el primer desplazado, que tampoco lo tuvieron en cuenta para el programa “Rutas por la Vida”, de la Fundación de Desarrollo y Paz de Los Montes de María. Las ayudas sólo llegaron hasta Las Palmas, ocho kilómetros más arriba.

Hasta la prensa ha sido esquiva con Bajo Grande. Culminado el proceso de desminado, emprendido por el gobierno colombiano con apoyo extranjero sólo hallaron algunos trastos viejos: Tres minas anti personas averiadas y cuatro municiones sin explotar. Ese día hicieron un show mediático, aprovechando la presencia de los embajadores de Estados Unidos, del Japón y de la Unión Europea, guiados por el vicepresidente Francisco Santos, quien anuncio que de ahora en adelante “ a este pueblo lo atropellara el progreso” . Para algunos nativos no se justificaba una inversión tan alta- mil millones de pesos-, cuando muchos de ellos siguen aguantando hambre en ciudades que para ellos siguen siendo extrañas.

Para colmo de males, quienes fueron desde San Jacinto a escuchar los discursos del anuncio, una vez los helicópteros de la delegación levantaron vuelo, quedaron tan desamparados que tuvieron que regresar a pie, como si para ellos comenzara de nuevo otro desplazamiento.

Los habían mantenido a raya, con cintas preventivas- mientras 41 hombres del IV Pelotón de desminado- rastreaban supuestamente 103 mil metros cuadrados en los que no germinó una sola mata de yuca en más de un año. El hambre cabalga en ellos.

Y lo mas curioso, el helicóptero no había rebasado el ensilles de las lomas de Arroz Con Gallo, la finca de Juan Vásquez, cuando llegaron extraños provistos con carrieles, ofreciendo comprar la hectáreas de tierra a 300 mil pesos.