miércoles, agosto 23, 2006

JUAN PIÑA RECLAMA

Por Alfonso Hamburger
Juan Piña ya no es un niño como cuando salió de la Ciénaga de San Marcos, un paraje que se hace remoto y de difícil acceso para los hijos que se van y no regresan. La ciénaga es como un mito y el brinco sobre la pobreza una proeza. Ahora es un hombre casi vencido por los aparatos modernos de comunicación, la nueva ola y el desconocimiento de los valores Caribes, un hombre con siete hijas hembras y un cúmulo de problemas por resolver. Juancho ahora es un mito sobre las ramas secas del tamarindo que una vez estuvo florecido y primaveral.

Piña, con una panza protuberante que no por ello opaca la agudeza de su voz ( ahora quebrada por la emoción del olvido repentino) ni el enroscamiento de sus bigotes “cuscús”, no duda en afirmar que la única herencia que le dejó su padre, Juan de la Cruz Piña Arrieta ( maestro de los buenos), fue la música. Nada más. Con ello le bastó para defenderse en la vida y ser famoso. Pero eso no basta el todo. La fama es una vaina tan escurridiza como el dinero y el tiempo. Y el tiempo no perdona. Juancho llora cuando habla aunque muchos no lo noten. El auditorio está lleno de glorias musicales en desuso cuyas caras lánguidas y su modo de vestir son noticias de mejores tiempos. Son las diez de la mañana en la biblioteca Meira del Mar y el auditorio está ávido por escuchar esos bigotes. Y como siempre, nos falta un centavo para el peso.¿Cómo es posible que una charla con un juglar sabanero como Piña no se grabe técnicamente para audio y televisión? Siempre improvisamos. Miguel Iriarte, de despedida en el cargo de director de la biblioteca hace la introducción y se remonta a Sincè, donde la gente casi tumbaba la caseta, en una presentación de Juancho. Es eso, tenemos mucho pasado, pero el presente parece burlarse de todos.

La voz de Juancho, la más alta y severa para cantar música tropical y salido de lote para “los vallenatos”, que la puso redondita y como quiso en 18 LPs con Rafael Orozco, que después puso a temblar a los Ponchos, Oñate y Díaz cuando se unió “de locura” con Juancho Rois, que es un estrella sabanera versátil, se oye quejumbrosa. Hay dolor en ella. Hay reclamo sordo. Su madre tuvo que vender las últimas gallinas que quedaban en el patio para que viajara con su hermano Carlos a una aventura a la ciudad de Medellín. No sabían a dónde iban ni a que iban. Eso sí, sabían que llevaban música, que eran hijos de quien eran y punto. La ciudad que los asombró pronto los catapulta a la fama. El resto, o mucha parte del resto, Colombia lo conoce. El niño genio de San Marcos hizo con su voz lo que quiso. Se le rebeldizò a los Martelo. Hoy los recuerda con cariño y aunque luego fue su competencia, se respetaron. De pronto no supo que él no era solo ni que era el mismo sin su hermano Carlos, ese fue quizás su error.

Juan Piña, como a tantos músicos nuestros, la vejez se les viene encima desprevenidamente y zas, les da un zarpazo de nostalgia. Si, es eso, hay nostalgia en la voz de Juan, hay reclamo, hay rebeldía. Y sus colegas, de rostros estragados, con un Willie Calderón más flaco que en las carátulas de los discos, lo oyen impotentes. La fortaleza de Piña es el pasado y sus siete hijas, algunas de las cuales trabajan y no dejarán que se muera de hambre. Pero Juancho, que prefiere el arroz de lisa y el suero atolla buey, no quiere dejar este patio por un nuevo mercado en Miami. Piensa como el ex presidente Ernesto Samper. Aquí se queda.

Juancho no reclama para él sino para sus colegas de la música tropical, a quienes se les han cerrado los mercados en todo el país y hoy mendigan un contrato. Se han vuelto tramposos entre ellos mismos y se aplican la guerra sucia. “No contrates a fulano de tal, porque sus trompetas son las mismas del Joe y si al Joe le cae un contrato te deja tirado”. Así se tumban los contratos entre ellos mismos.

Cantantes excelentes hoy se han dejado engordar por la falta de disciplina ( lo que no le hace mella a los vallenatos, en donde hay gordísimos) y se presentan borrachos, quizás por el mismo malestar. Otros están más flacos que antes, pero no por el gimnasio sino por la mala situación.

Este problema que denuncia Juan Piña con voz quebrada y algo de sentimiento ya se venía observando en ciudades como Sincelejo y se pensaba que en Barranquilla no se vería, pero se observa que es mayor. El malestar de los músicos tropicales es preocupante. Desaparecieron de la programación radial, enrarecida con la nueva ola y el reguetòn. No tienen mercado.

En Sincelejo, en la oficina de los músicos- Parque Santander- el fenómeno es viejo. Allí el Toro Negro de Danuil Montes, que se paseo por todo el mundo, se rasca con el Toro Balay de Julio Fontalvo, para paliar el olvido. Los músicos se sientan allí a esperar contratos que nunca llegan, mientras los vallenatos pasan en sus flamantes camionetas burbujas y les echan polvo. La música que se graba es la sabanera, pero en estilo vallenato, los interpretes no son de la región, salvo uno u otro que logra colarse en la programación. El Tao Tao es del Cartagenero Lucho Pérez ( ex corralero de Majagual) y ahora que las emisoras no hablan del autor, todos creen que es una propuesta nueva de Silvestre Dangond. A todo lo marcan con el rótulo vallenato. En promedio, en Sincelejo, al año mueren dos juglares en el abandono En los últimos años murieron Tony Zùñiga , Danuil Montes, Demetrio Guarín, Joaquín Bettin, Andrés Landero, Felix Bidual ( zapato viejo) y nadie se enteró. La mayoría murieron en pésimo estado económico. Otros están muy enfermos y abandonados.

Escuchar un porro en una emisora FM en Sincelejo ( salvo FM Unisucre Stereo, donde Manuel Medrano viene dando la batalla ), es una cosa rara. No han valido pronunciamientos del Consejo Departamental de Cultura ni de otras entidades. ¿Qué hace el Ministerio de Comunicaciones para meter a las emisoras en cintura y hacer valer las normas de difusión de la cultura propia?.