Por Alfonso Hamburger
El trupillo enmatojado regándose por la tierra arenosa me hace recordar la Placita de Korina, donde jugábamos balón hasta quedar exhaustos. Hemos dejado atrás el trayecto de curvas y columpios de la carretera estrecha entre El Carmen de Bolívar y la entrada de Córdoba. A la derecha un aviso nos refresca la entrada de la tierra del Cacique Tetón y no puedo evitar pensar en Jesús Aníbal y Víctor Manuel Uribe Porto, quienes vieron la luz por primer vez en este lugar. Faltan ocho kilómetros para llegar a Plato y cinco para Zambrano. Eso dice la pancarta.
A la izquierda debe estar, todavía forrada de monte, o al menos tratando de salir del abandono e los años, La Bodega, sitio donde descargaban los animales que llevaban el tabaco, la mantequilla y los otros productos de la región. Una Y minúscula nos muestra que a la derecha queda Zambrano, promocionado como pueblo de talentos y cultura, hoy opacado por el puente, que lo dejó a un lado. Aquí nació Cesar Castro, uno de los fundadores de Los Corraleros de Majagual. A la izquierda sigue la carretera que busca el puente, donde se han ido formando un caserío donde se ofrece atención al viajante. Es una franja comercial , especie de rezago de Zambrano, donde los viajantes se sacuden el moho del cansancio.
Zambrano se ve a la derecha entre brumas , sobresaliendo un techo cilíndrico y metálico que brilla con el sol del atardecer, debe ser un polideportivo y más al centro la silueta de la iglesia. La belleza del río, que en este lugar se explaya, conformando una ciénaga grande donde viajan pequeñas canoas, contrasta con sectores secos, donde hay pequeños sembrados de maíz, yuca y hortalizas. El horizonte es embriagante a la derecha y subyugante a la izquierda. Me acuerdo de Jesús del Río, que en los mejores tiempos de la Casa Alemana, fue el epicentro ganadero más importante de la región. No en vano aquí se desembarcó el primer semental cebú traído al país. En este puerto las brujas ensillaron a Wilfrido Hamburger, mi abuelo, como si fuera un burro y amaneció amarrado a los pilotes del puerto, completamente en pelotas. Por aquí se embarcaban los jovenes privilegiados de San Jacinto, que como Benedictino Barraza, iban a estudiar a Bogotá.
En la medida que el vehículo sube el puente, que debe tener por lo menos un kilómetro de largo, recuerdo al niño que fue llevado al mar por primer vez. Ante el asombro insondable de la inmensidad, le pidió al papá que lo ayudara a ver. Uno quisiera poder mirar a la vez a lado y lado de la vía, para tomar detalles. Carlos Pérez no baja de 80 kilómetros por hora y los barrotes del puente viajan en contravía, dejando atrás hermosas estampas. Para viajar a Valledupar, desde Sincelejo, ya hemos atravesado dos departamentos. Estamos a punto de penetrar en el departamento bananero y allá abajo está Plato, donde un hombre se volvió caimán. El puente ha traído progreso visible. Un centro recreativo con piscina contrasta con los tanques de almacenamiento de hidrocarburos. Los avisos políticos de las elecciones del 12 de marzo están intactos. Pasamos muy rápido para percibir el progreso de este pueblo, epicentro grato del folclore.
Esta franja de terreno seco que empezamos a percibir, a través de un terreno de columpios, es el mismo de Bajo Grande, que se inició antes de llegar a Zambrano, tupido de muchos aromos, trupillos, guayacanes, zarzas, cañaguates y vivas secas. A finales de abril la yerba de cocuyo, que ha sido la redención de estas tierras no da tregua al ganado que pasta en ella. Zambrano ha entrado en la moda de cementerios jardines y promociona el suyo. La seguridad democrática se percibe en la presencia de agentes de Policia en la carretera. Se anuncia Granada y Bosconia. La carretera es buena y bien señalizada y el carro no da tregua antes de Bosconia.
El control en la carretera lo ejerce la Policía, que ordena detener el vehículo. Nos confundieron con policías, pero al ver que eran mis acompañantes funcionarios de Unisucre, ordenan seguir, pero sin violar el máximo de velocidad.
El paisaje del valle se insinúa a lo lejos. Una leve llovizna salpica el vidrio del vehículo. Después de Granada hay un sector pedregoso que sobresale de los pastos. Son piedras pulidas por el tiempo que parecen a lo lejos un viaje de ovejas.
A la izquierda hay un promontorio pétreo que parece una obra de arte y detrás la Nevada. Allí empieza el vallenato, cuyos poetas han retratado estas tierras con tanto acierto, que el pasar por el puente Mariangola, sus aguas nos llevan al recuerdo de viejas voces.
Oh viejo valle, bendito valle, que has tenido en tus cantores los mejores cronistas del mudo. ¿qué fueras valle sin tus vallenatos? En la tarde lluviosa penetras al alma del viajero con vientos de progreso y de nostalgias. ¿Cómo robarte pedazos de poesía para sembrarlos en mi tierra? Me recuerdas el cerro de Maco, donde un día Adolfo colgó una hamaca grande y emuló tu grandeza.
Al cabo de cinco horas de embobamiento paisajistico, Valledupar,Valledupar, como dice la canción. (Continuará)
El trupillo enmatojado regándose por la tierra arenosa me hace recordar la Placita de Korina, donde jugábamos balón hasta quedar exhaustos. Hemos dejado atrás el trayecto de curvas y columpios de la carretera estrecha entre El Carmen de Bolívar y la entrada de Córdoba. A la derecha un aviso nos refresca la entrada de la tierra del Cacique Tetón y no puedo evitar pensar en Jesús Aníbal y Víctor Manuel Uribe Porto, quienes vieron la luz por primer vez en este lugar. Faltan ocho kilómetros para llegar a Plato y cinco para Zambrano. Eso dice la pancarta.
A la izquierda debe estar, todavía forrada de monte, o al menos tratando de salir del abandono e los años, La Bodega, sitio donde descargaban los animales que llevaban el tabaco, la mantequilla y los otros productos de la región. Una Y minúscula nos muestra que a la derecha queda Zambrano, promocionado como pueblo de talentos y cultura, hoy opacado por el puente, que lo dejó a un lado. Aquí nació Cesar Castro, uno de los fundadores de Los Corraleros de Majagual. A la izquierda sigue la carretera que busca el puente, donde se han ido formando un caserío donde se ofrece atención al viajante. Es una franja comercial , especie de rezago de Zambrano, donde los viajantes se sacuden el moho del cansancio.
Zambrano se ve a la derecha entre brumas , sobresaliendo un techo cilíndrico y metálico que brilla con el sol del atardecer, debe ser un polideportivo y más al centro la silueta de la iglesia. La belleza del río, que en este lugar se explaya, conformando una ciénaga grande donde viajan pequeñas canoas, contrasta con sectores secos, donde hay pequeños sembrados de maíz, yuca y hortalizas. El horizonte es embriagante a la derecha y subyugante a la izquierda. Me acuerdo de Jesús del Río, que en los mejores tiempos de la Casa Alemana, fue el epicentro ganadero más importante de la región. No en vano aquí se desembarcó el primer semental cebú traído al país. En este puerto las brujas ensillaron a Wilfrido Hamburger, mi abuelo, como si fuera un burro y amaneció amarrado a los pilotes del puerto, completamente en pelotas. Por aquí se embarcaban los jovenes privilegiados de San Jacinto, que como Benedictino Barraza, iban a estudiar a Bogotá.
En la medida que el vehículo sube el puente, que debe tener por lo menos un kilómetro de largo, recuerdo al niño que fue llevado al mar por primer vez. Ante el asombro insondable de la inmensidad, le pidió al papá que lo ayudara a ver. Uno quisiera poder mirar a la vez a lado y lado de la vía, para tomar detalles. Carlos Pérez no baja de 80 kilómetros por hora y los barrotes del puente viajan en contravía, dejando atrás hermosas estampas. Para viajar a Valledupar, desde Sincelejo, ya hemos atravesado dos departamentos. Estamos a punto de penetrar en el departamento bananero y allá abajo está Plato, donde un hombre se volvió caimán. El puente ha traído progreso visible. Un centro recreativo con piscina contrasta con los tanques de almacenamiento de hidrocarburos. Los avisos políticos de las elecciones del 12 de marzo están intactos. Pasamos muy rápido para percibir el progreso de este pueblo, epicentro grato del folclore.
Esta franja de terreno seco que empezamos a percibir, a través de un terreno de columpios, es el mismo de Bajo Grande, que se inició antes de llegar a Zambrano, tupido de muchos aromos, trupillos, guayacanes, zarzas, cañaguates y vivas secas. A finales de abril la yerba de cocuyo, que ha sido la redención de estas tierras no da tregua al ganado que pasta en ella. Zambrano ha entrado en la moda de cementerios jardines y promociona el suyo. La seguridad democrática se percibe en la presencia de agentes de Policia en la carretera. Se anuncia Granada y Bosconia. La carretera es buena y bien señalizada y el carro no da tregua antes de Bosconia.
El control en la carretera lo ejerce la Policía, que ordena detener el vehículo. Nos confundieron con policías, pero al ver que eran mis acompañantes funcionarios de Unisucre, ordenan seguir, pero sin violar el máximo de velocidad.
El paisaje del valle se insinúa a lo lejos. Una leve llovizna salpica el vidrio del vehículo. Después de Granada hay un sector pedregoso que sobresale de los pastos. Son piedras pulidas por el tiempo que parecen a lo lejos un viaje de ovejas.
A la izquierda hay un promontorio pétreo que parece una obra de arte y detrás la Nevada. Allí empieza el vallenato, cuyos poetas han retratado estas tierras con tanto acierto, que el pasar por el puente Mariangola, sus aguas nos llevan al recuerdo de viejas voces.
Oh viejo valle, bendito valle, que has tenido en tus cantores los mejores cronistas del mudo. ¿qué fueras valle sin tus vallenatos? En la tarde lluviosa penetras al alma del viajero con vientos de progreso y de nostalgias. ¿Cómo robarte pedazos de poesía para sembrarlos en mi tierra? Me recuerdas el cerro de Maco, donde un día Adolfo colgó una hamaca grande y emuló tu grandeza.
Al cabo de cinco horas de embobamiento paisajistico, Valledupar,Valledupar, como dice la canción. (Continuará)