Por Alfonso Ramón Hamburger
Me dijo una amiga en broma, con ese lenguaje macondiano que en el momento en que los médicos le abrieron el corazón del Gobernador Jorge Anaya Hernanadez, para lavarlo, salarlo, ponerlo al sol y colocárselo de nuevo, el cirujano encontró un pedazo de queso. Era un pedazo de queso sinceano como de una libra y cuatro onzas completas, pesado en peso de totuma de palo, de esos que a veces resultan tramposos.
“El cirujano se parecía a mi abuela. Tenía el peso en la mano” precisó la dama.
¿Qué más le pueden encontrar en el corazón a un Cinceano? Agregó la mujer, con cierta coquetería. Y yo, que me crie a punta de leche de vaca, también lo creo.
Aunque en el enunciado había cierta picardía y un poco de temor a la vez por tratarse del corazón del Gobernador, la mujer estaba en lo cierto. No sé con exactitud que filósofo fue quien lo dijo, pero el hombre “es lo que come”.
Y por ende, ese corazón del Gobernador, me imagino que debe pesar como cuatro libras por lo menos, sino más. Si fue hecho a punto de yuca sabanera, queso, suero y carne en llanera, debe ser un corazón fuerte en lo físico. De ese otro corazón, del espiritual, deben encargarse quienes de veras conocen a este hombre apacible que ni siquiera los arrebatos de un muchacho con ganas de sucederlo en el trono pudieran descomponerlo cuando lo sacudió a punta de preguntas agresivas. El corazón humano no es de acero, como el de la colegiala de Rubén Darío Salcedo, de modo que no resistió las arremetidas de una camioneta de vidrios ahumados estrellada adrede contra la verja de su residencia y se enmarañó. Si, enmarañó es la palabra según dicen en la mojana. Se reventó.
Lo del corazón no solo es un problema del Gobernador, es un problema de la sociedad actual, arrinconada por el estrés y el estándar irracional. ¿Sí tenía necesidad este señor de ser el Gobernador de uno de los departamentos más corruptos y atrasados del país? Es la pregunta que se hace la gente en la calle. “Un señor jubilado, que ha tenido todas las dignidades de su partido (¿o grupo?) que se dedicaba a llevar a sus hijos y nietos al colegio, no debió asumir tanta responsabilidad”, escuché en un corrillo. “Es que el corazón es una presa traicionera”, me explicó alguna vez el compositor Miguel Manrique, para señalar que cualquiera puede morir de este mal, de esa presa, en la que dicen se anida el sentimiento del amor.
Las estadísticas dicen que los problemas cardiovasculares son la segunda causa de muerte en el país, después de las balas. Existen antecedentes según los cuales, un gran jefe guerrillero murió del corazón y no de las balas, lo que es algo extraño en un país en guerra, como el nuestro.
De todas maneras, hecho a punta de queso o de otra cosa, el corazón del Gobernador ha sido reparado y podrá aguantar por mucho rato, pues no se trata de un transplante sino de una reparación de cañería casi obstruida por la grasa. Lo de salado y secado al sol como cualquier carne de res o de marrano es algo macondiano, una figura garciamarquina, propia de Sucre, verdadero espacio creativo de Gabo. Y de hecho, aunque este es un departamento en estado de embotellamiento y con pocos signos de alivio (por favor lean el estudio que le patrocinó Fonade a la Fundación Sabanas, Golfo y Río), hay que gobernarlo más con la cabeza que con el corazón. Y por ende no se trata de que quien lo maneje sea un tipo que se trague a zancadas todos los vericuetos de sus cinco subregiones (¿O seis?), sino que administre con sensatez y sin la presión de los malabares que se hicieron para llegar al cargo.
Quienes pregonan como bandera la juventud para dirigir se olvidan que senado viene de senil y que los abuelos son los que cargan la mayor sabiduría para aconsejar el destino de los pueblos.
Tampoco se necesita de briosas camionetas cuatro puertas repletas de guardaespaldas para mandar en un territorio, cuando Simón Bolívar libertó cinco naciones a lomo de caballo.
Además, ¿por qué achacarle todo el sentimiento al corazón, cundo no se puede vivir sin hígado y sin riñones?