viernes, mayo 19, 2006

LA CAJA NEGRA

Por ÓSCAR FLÓREZ TÁMARA
¿No sé cuántos días fueron necesarios para que el escritor Amaury Díaz Romero hiciera posible el milagro de convertir La Caja Negra de Enrique Díaz, en un reportaje novelado? Lo que sí sé es que en su mundo intranquilo de sueños y duendes persistentes no cabía el reposo hasta no hacer posible la realidad que lo golpeaba, porque contar es exorcizar los fantasmas que habitan en los laberintos escondidos del escritor desde los primeros atisbos de vida y de esperanza que éste sin darse cuenta proyecta. La Caja Negra es un pretexto fortuito que encaja perfectamente en un estilo de vida alto y sencillo, en un estilo de vida serio y juguetón, donde el narrador es capaz de burlarse de todo el mundo incluyéndose él como sombra que proyecta su imagen pero que a la vez se sostiene en la distancia del tiempo. Es esa la hazaña del creador, y su tenaz lucha por mantener suspendido el hilo del tiempo.
En este libro se cuentan hechos pintorescos que van acompañados por la magistral ejecución del acordeón del maestro Enrique Díaz, lo mismo que la anécdota fascinante que hacen posible el picante que hábilmente el narrador ha extractado para ponerlos todos juntos en el plato para el deleite del lector. La Caja Negra es la historia de un juglar que no quebrantó la vocación de un destino que lo reclutó a pertenecer a esa pléyade de privilegiados que hasta ahora se han paseado por las sabanas grandes del Bolívar viejo. Es el muestrario de unos pueblos que a punta de música de acordeón van reflejando el actuar y el modo de pensar de una raza que anidó su vida muy cercano a la inmensidad del mar, espléndido y libertario como el palenque mismo.
Enrique Díaz es un músico popular. En sus letras la imaginación revoletea con la elegancia y decencia que tiene el campesino para analizar la naturaleza en su estadio primario de la vida. La lógica guarda proporción directa sin mayores elucubraciones que hagan desfallecer por cansancio o fastidio la realidad perecedera de lo que somos y debemos hacer. Así lo confirma la letra de La Caja Negra en toda la dimensión del ser humano y del hombre en particular. De buenas a primera manda al carajo la concepción sin objetivos que tiene el pragmatismo del capitalismo ciego y deshumanizado que le indica a la gente que “trabaje, trabaje y trabaje” sin establecer para qué y para quiénes. El negro sabe que la vida es una y no retoña, y así como el trabajo dignifica, éste ha de ser un puente para producir alegría, de lo contrario se convierte en un afán inútil que se realiza sin mayores pretensiones y esperanzas. Se nota entonces en la letra de La Caja Negra, la directriz precisa de una filosofía de vida compensada sobre el derecho que tiene quienes trabajan:” el hombre que trabaja y bebe/ déjenlo gozar la vida/ y que eso es lo que se lleva/ si tarde o temprano muere/ ay, después de la caja negra/ compadre/ lo que más nada se lleve”.
Ahí está el libro en su esencia. El escritor Amaury Díaz Romero sale bien librado de ese viacrucis que durante tanto tiempo le había tocado padecer. Ahora es al lector a quien le corresponde jugar con el cosquilleo de los duendecillos. El lector como cocreador ha de disparar la imaginación para compartir al lado de este autor La Caja Negra con otro posible color que ya tienen las mortajas en estos tiempos.