En este viaje a Valledupar- después de cuatro años largos de ausencia del festival- he comprobado, que como cantante, Carlos Pérez es un excelente chofer. El ronco afinado, quien grabó por lo menos seis L.P. sin mucho éxito, dos de ellos con el maestro Felipe Paternina, me ha rayado los ojos, cogiendo las curvas del Piñal, antes de Ovejas a 100 kilómetros por hora, en un potente campero modelo 94.
Hasta entonces yo había guardado reserva sobre el chance a Valledupar, cedido gentilmente por Mario Paternina, con tres científicos de La Universidad de Sucre, rumbo a Uribia. Pero Carlos no sólo resultó ser un hombre divertido, sino que conduce rápido y seguro.” Es que a mí me dieron clases de conducción defensiva”, me explicó, con cierto orgullo, antes de llegar raudo al Carmen de Bolívar, antes del almuerzo.
Entre Corozal y Ovejas solo gastó 20 minutos y en 18 más ya estábamos en El Carmen de Bolívar. Pero que va, el alternador del motor sacó la mano. No iba cargando y se podía fundir la batería con las luces reglamentarias encendidas. La idea era almorzar bocachicos en el puente de Plato, con buena yuca harinosa. Pero el impasse nos hizo variar el menú. Mientras el hombre descamisado que se brindó para corregir le dañosudaba a chorros arribamos a una currancha de mala muerte, donde una desplazada nos atendió con el sancocho de carne salada, arroz achiotado y chicha fermentada más barato y sabroso que hayamos probado: . Mucho sazón montemariano y humildad. Almuerzos a mil quinientos pesos hacen parte del ingenio de la gente nuestra para sobrevivir en medio del desplazamiento. Habíamos aceptado el abrebocas para llegar con hambre al puente de Plato, pero no fue necesario. Con la chicha quedamos apretados, mientras que el electricista sólo pudo corregir el daño dos horas después. Habíamos perdido dos horas. Ya no había tiempo para una parada en Plato. Valledupar nos esperaba con su parranda de acordeones. Carlos pasaría de largo, rumbo a San Juan del Cesar, con los científicos.
A las dos en punto de la tarde empezamos a transitar el trayecto Carmen de Bolívar- Zambrano, que hace unos años había sido azotado por la violencia. La carretera es curvosa y estrecha, con algunos columpios que se deslizan sobre los rezagos de algunos estragos de la maldita violencia. El vestigio de casas quebradas a plomo, carros chamuscados y cierto temor, acompañan al transeúnte, mientras soldados que portan banderas tricolores hablan plácidamente por celular, armados hasta los dientes. Las cosas están cambiando. La montaña es verde oscura, la yerba revienta con fuerza, el ganado pasta, el tabaco germina en algunos quemados y un campesino arregla la garabatera del arroyo. Algo está cambiando en medio de la duda y el temor de antes. Allí está este basto territorio que se extiendo para abajo, hasta llegar al río, tupiodo de trupillos, zarzas, sabanales, uvitos, guayacanes, cardonales y tunales. Es mi verdadera tierra, la que me eriza el pellejo, la que me llena de nostalgias. Es mi verdadera tierra abandonada a su suerte, a las lluvias, a los soles, a las sombras. Siento a Bajo Grande tan cerca, que en el Veinticinco miro a la izquierda y no puedo reprimir el deseo de Frío de Perros, la finca del abuelo, que debe estar allá en el cucurucho más lejano, donde un gallizano hace cabriolas, donde un cardón de vaca alza su brazo hiriendo el horizonte de lluvias. Es una zona de espinas y de rastrojos, donde el bejuco catabre se enreda con las pata e vacas, la zarza pata e grillo, el cucaracho, el dividivi, el trupillo, el cadillo, la pringamosa y el guasimo. Percibo las malazas de Vara de León, donde se alimentaban las vacas del verano, con unos cardones que sobresalen en la maleza. Los guayacanes, los guasimos, la viva seca y los cerezos, son los mismos de la tierra donde nací, abandonada desde hace 15 años. Al pasar por Jesús del Monte la nostalgia va increcendo, porque me recuerda la muerte del Inspector de Policía. Los mataron el mismo día, el mismo grupo guerri,llero y sembraron el mismo terror. Más abajo, pegado al Magdalena, debía etar Jesús del Rio, por donde penetró el primer ejemplar de ganado Cebú a la región. Esuna franaja de terreno seca, que ba desde el Veiteicinco, pasando por Las Palmas, Bajo Grande, San Agustín y creo, por lo que percibo en este viaje, que se va extendiendo hasta Ga granada, después de Plato, ya en el Magdalena. La conozco palmo a palmo, como la palma de mi mano, con sus cascabeles, morrocoyos, guartinajas, iguanas, y plantas armadas de espinas. El trupillo se enrosca y camina como una mata de patilla, escondiendo su pie, entonces si se hace difícil erradicarlo, porque se extiende sobre los peladeros, huyéndole al más depredador de los depredadores, un hombre con un zoco bien afiliado. En esta instancia, el Trupillo que crece al lado de las pringamosas, se vuelve piedra. ( continuará)