Por Miguel Iriarte
Debió ser en el año de 1975 cuando conocí al artista Wilfrido Ortega. Yo terminaba entonces mi bachillerato en el Carmelo Percy Vergara de Corozal (Sucre), su ciudad natal, y él era ya un joven dibujante y pintor destacado en el contexto de las artes de Sucre. Ya en esos años iniciales trabajaba vinculado a organizaciones sociales de educación y desarrollo popular y sus dibujos empezaban a ocupar lugares públicos en portadas de discos, revistas, afiches, volantes, oficinas públicas, paredes de amigos, y donde quiera que sus plumillas y carboncillos pudieran cumplir una función comunicativa siempre estrechamente referida a los asuntos de la cultura popular.
Su evolución en el abordaje de esos temas ha ido forjando lentamente un lenguaje personal en que la elementalidad de lo folclórico y costumbrista de sus motivos adquiere una responsabilidad artística indudable seguramente porque el dominio de la técnica del dibujo (ese mismo dibujo que hoy por hoy ha desaparecido prácticamente de la creación plástica) alcanza en los personajes y motivos de Ortega una definición y unos sentidos que trascienden la aparente simplicidad de su trabajo.
Su dibujo a plumilla es una trama suelta y creativa que extrae con destreza del misterio blanco del papel una asombrosa imagen que no es nunca la repetición insulsa del modelo. En ella hay siempre otra cosa: el milagro de la forma nueva que es al mismo tiempo la fundación de un sentido distinto. Experiencia propia del que ha estado empeñado por años en hacer de su oficio un propósito en lo artístico verdadero a partir de las raíces.
En esta muestra que ofrece en la Galería de la Aduana de Barranquilla nos acercamos a través de su trabajo a la maravillosa representación de nuestra música folclórica del Caribe, sin la cual no sería posible el Carnaval.
Debió ser en el año de 1975 cuando conocí al artista Wilfrido Ortega. Yo terminaba entonces mi bachillerato en el Carmelo Percy Vergara de Corozal (Sucre), su ciudad natal, y él era ya un joven dibujante y pintor destacado en el contexto de las artes de Sucre. Ya en esos años iniciales trabajaba vinculado a organizaciones sociales de educación y desarrollo popular y sus dibujos empezaban a ocupar lugares públicos en portadas de discos, revistas, afiches, volantes, oficinas públicas, paredes de amigos, y donde quiera que sus plumillas y carboncillos pudieran cumplir una función comunicativa siempre estrechamente referida a los asuntos de la cultura popular.
Su evolución en el abordaje de esos temas ha ido forjando lentamente un lenguaje personal en que la elementalidad de lo folclórico y costumbrista de sus motivos adquiere una responsabilidad artística indudable seguramente porque el dominio de la técnica del dibujo (ese mismo dibujo que hoy por hoy ha desaparecido prácticamente de la creación plástica) alcanza en los personajes y motivos de Ortega una definición y unos sentidos que trascienden la aparente simplicidad de su trabajo.
Su dibujo a plumilla es una trama suelta y creativa que extrae con destreza del misterio blanco del papel una asombrosa imagen que no es nunca la repetición insulsa del modelo. En ella hay siempre otra cosa: el milagro de la forma nueva que es al mismo tiempo la fundación de un sentido distinto. Experiencia propia del que ha estado empeñado por años en hacer de su oficio un propósito en lo artístico verdadero a partir de las raíces.
En esta muestra que ofrece en la Galería de la Aduana de Barranquilla nos acercamos a través de su trabajo a la maravillosa representación de nuestra música folclórica del Caribe, sin la cual no sería posible el Carnaval.