martes, abril 10, 2007

Entre dos maestros del castellano: A CLASE CON EL PROFESOR BUSTILLO(*).

Por Alfonso Hamburger Fernández.



- Cuando se fuma, lo sabroso de la ceniza es que caiga en el suelo.

El hablante, el hombre enjuto que mira por la ventana, mientras percibe la brisa sabanera que afuera acaricia la enredadera, parla con un temblor emocional que hace vibrar su cigarro.

Cuando habla sabe que es costeño y nada más. Cuando está en Bogotá es magistrado del Consejo Electoral. Cuando llega a su Caribe, es un hombre como todos nosotros.

El profesor Germán Bustillo Pereira habla de espaldas, lo que incomoda a su viejo educador, José Elías Curi Lambraño, quien trata de explicar la revolución palpable del idioma castellano. Afuera Corozal está quieto a pleno sol de diez de la mañana, equiparándose a la mente lúcida de las dos ilustres figuras que se han reunido en esta mañana de octubre, levantándose los espíritus mutuamente. El parlamentario Jorge Barraza Farak, que sirve de guía, los observa, absorto en los chorros de sabiduría que derraman en cada palabra, con los que eclipsarían el humo de una enorme chimenea. El periodista se malaya de no tener una libreta de apuntes, una cámara fotográfica o de televisión. Pero, caramba, piensa, que “en donde no hay perros se montea con gatos”.

… Y a la carga.

José Elías Curi, con unas gafas gruesas como fondos de botella sigue esculcando en la lucidez de sus 79 años. Envidia el goce del profesor Germàn Bustillo, que sigue pegado al ventanal, saboreando el segundo cigarro de la visita y ahora se detiene en una fotografía del Congreso de la Repùblica, con algunas figuras del conservatismo de inicios del siglo XX. Ambos son conservadores de los buenos. Puros. Resalta en el desgaste de la placa la esbeltez de Raymundo Emiliani. Le sigue una foto de la iglesia de Corozal, cuando no había el parque y todo no era más que un lodazal. Curi lee su último poema. Bustillo aprueba mientras mira las fotos y degusta el cigarrillo, tratando de no estorbar la salud del anfitrión, dejando caer las cenizas suavemente con un leve sobo de sus dedos.

“Es del año 1914”, dice Curi, quien insiste en alargar el cenicero, lo único que le queda de 50 años convertido en una chimenea andante. Ahora tiene el vicio de no fumar y unos pulmones ahuecados que a veces le impiden respirar normalmente.

Los dos colosos del castellano se han reunido por primera vez después de muchos lustros de ausencia y de cruce de información a través de cartas y de libros compartidos. “A mi alumno del ayer, mi profesor de hoy”, le puso Curi de dedicatoria a Bustillo, en uno de los libros que él envió.

Curi quería cogérselo así, sin la magia de la radio, a quemarropa, para limpiar algunas dudas. Desde que se tropezaron en Cartagena, cuando Bustillo era su alumno (ya hace casi muchos años), no habían vuelto a verse las caras. Ahora empiezan a sacar palabras, arrancan sus raíces como si éstas fueran una mata de yuca harinosa y empiezan a cocinarlas. La evolución del castellano que palpan en sus narices produce un temblor en las manos del educador y ex congresista corozalero, mientras Bustillo, entusiasmado por un nuevo descubrimiento, saca una pequeña libreta y apunta con rigor de periodista. El encuentro se torna cada vez más interesante. Los hombres no desperdician un céntimo, un segundo, para probar sus conocimientos.

“Confieso que a mí se me salían las babas escuchándolo con Juan Gossaín”, revela Curi, pues ha comprobado que lo de Bustillo no es de libreto ni de papelitos, todo lo saca de su mente clara y pródiga en sabiduría.

Curi sustrae de su inmensa biblioteca un viejo diccionario de terminologías médicas. Bustillo lo recuerda bien, su padre, que era médico, tenía uno igual. Cantan las palabras. El análisis de la diacronía y la sincronía del idioma los embelesa.

El profesor Bustillo revela que llegó obsesionado por conocer las raíces de la palabra “Buchipuluma” y mamar gallo. La segunda es un venezolanismo que viene de “Mamacallo”, dice Curi. Colocan varios ejemplos sobre el tiempo .Pea viene de pega. Vaina de Vagina. Médico de medida. Enfermedad no estar acto, no bien. Hablan de códigos verbales. “Yo iba a escribirle, pero esta enfermedad”, se excusa Curi, olvidando que, en efecto, le escribió a Bustillo. “Yo tengo su carta”, asegura Bustillo. Son cartas de conocimientos compartidos en la distancia y que cada día valen más.

Parranda, guepajé, devanadoras, son palabras que saltan a la vista, que se abren paso en el humo del cigarrillo y el leve silencio de la ceniza.

“Lo que pasa es que las palabras se pierden y luego aparecen”, dice Bustillo.

El profesor Curi advierte que en el último diccionario moderno de la lengua castellana que llegó a sus manos han desaparecido por lo menos unas 80 mil palabras. Otras van incorporándose, especialmente los modismos, que dinamizan la lengua. Ahora está de moda la palabra cibernético. “No es una palabra nueva, Pericles fue el gran ciberneta de Atenas”, precisa Bustillo.
“Es que el lenguaje es como un río”, agrega Curi, quien asegura que en diez años el río cambia y se le suman o se le ciegan ramales.
“Abacia es incapacidad para la marcha y caminar anapestico es caminar cantando, propio de los militares”, dice Bustillo.
Hablaban de cosas como pegarse una pea, un castizo de noble origen que proviene de pegarse una pela de vino. O Parranda, cofradía, viene de tomar vino del fermento de las hojas de parra.
Después del análisis de las palabras, viene la sentencia:

- Eso lo firma Quevedo si resucita..

EN EL ENCUENTRO.

Sin una grabadora que asuste las palabras, sin una cámara que ahuyente y cohiba, sólo el celular de Jorge Barraza, que no deja de sonar, hemos emprendido esta aventura para presenciar el reencuentro de dos colosos de nuestra lengua castellana, del costeñol mismo.

Barraza, anfitrión del profesor Bustillo, ha decidido apagar su celular, pues mientras atiende al ilustre visitante y paisano ha tomado la decisión de no hacer política. Confiesa que la primera visita de sus adeptos la recibió a las cinco de la mañana. “Es que político que a las seis de la mañana no tenga visitas en casa está mal”, dice el periodista.

Corozal, no obstante que los avisos marcados en las paredes inundan el mundo de proselitismo político, es como un refugio cierto, una protección contra la actividad que todo lo enreda y mata la amistad. Ya Corozal no es el de rancio abolengo conservador. Como muchos pueblos del Caribe, se han ido liberalizando. A algunas familias opulentas sólo les quedó el apellido. Eran personas fartas, como dicen en San Jacinto. “Farto o Facto, viene de fatuo”, interviene Barraza.

LA LLEGADA, EN ESTA MAÑANA.

La camioneta se detiene en una casa de pretil alto, custodiada por verjas de hierro oxidado forradas por una planta ornamental. La casa tiene las puertas cerradas y aseguradas con un candado. Se nota la falta de una escoba. Hay polvo de olvidos. El chofer se baja y toca. No hay signos de vida por momentos. Al fin la puerta se entreabre. Curi asoma. Da muestras de no conocer. Tiene puestas una sudadera, unas pantuflas y está descamisado.

- “Quién es?, Pregunta.

- ¡Yo, el profesor Germán Bustillo!

Curi, con una toalla atada a la cintura, como quien acaba de salir del baño, abre sus ojos viejos en señal de asombro y deja exclamar un sonido que se le ahoga en la garganta. Está emocionado. Se excusa de la facha. ¡Déjenme y me pongo algo!, Se excusa, apenado.

Tranquilo, viejo, dicen, sin decir nada.

Ahora aparece, ya con una camisa “amansaloco” y deja entrar a los visitantes, después del abrazo quiebra hueso.

Curi se excusa por todo. Por su facha, por el aparente desorden de la sala. Dice que ha estado muy embromado, que de vainas lo encontraron vivo. que no tiene secretaria ( mujer) desde hace días, que tenía tres meses de total abandono con las palabras, pues sus pulmones ya se niegan a darle aire fresco a sus días. Fueron 50 años que le dedicó al cigarrillo. Era una chimenea ambulante. Todavía conserva los ceniceros y unos pulmones ahuecados, pero Bustillo prefiere sentir la ceniza de su cigarrillo en el suelo, por eso sale afuera y prende el primero de la visita, mientras entrega ánimos al ilustre anfitrión. Pita el carro de la basura y se estremece Corozal.

El profesor Curi Lambraño insiste en llevarlos a su escondite culto, aunque desordenado, en el que se ha dedicado por lo menos 40 años a esculcar en las profundidades de ese río dinámico del costeñol. Sin embargo, puede más la fuerza que atrae a Bustillo, fascinado por una bella luz que irradia del patio sembrado de macetas y en el medio del cual sombra un palo de mango.

Bustillo llega al patio y descubre, con asombro, que ese es el mismo escenario de un sueño que tuvo hace seis meses. Ese día se lo contó a Domingo, su chofer. Sabe que hay muchos misterios sobre los sueños.
Curi trata de sustraerlo del embelesamiento y dice que muy seguramente la imagen la vio en una fotografía que se hizo tomar en el lugar y se le quedó grabada en el disco duro. Bustillo rebela que no había visto la foto jamás, que el lugar lo había visto solo en su sueño, el árbol, el balcón, la virgencita, las matas, todo.

LABORATORIO.

Ahora, en el laboratorio de palabras que Curi ha construido en uno de los cuartos de su casa para matar la nostalgia (ya sus hijos no viven con ellos), sigue el encuentro, que no podía ser desaprovechado.

Bustillo empieza por desempolvar un montón de cosas que tenía guardadas desde que Juan Gossaín lo levantaba a preguntas en la era de estudiante- profesor. Ahora, con la premura del tiempo, pues el avión en Montería vuela temprano, pero con la tranquilidad de quien todo lo sabe, los dos sabios empiezan a mostrar sus secretos, mientras el periodista y el político observan, absortos. Asisten a una clase con Curi y Bustillo, sin proponérselo.

BAJAMIENTO DEL CADÁVER

Donde hay dos hombres sabios el humor es un pájaro dispuesto a echar el vuelo en cualquier momento. Bustillo no niega su tierra farota, sabanera, San Jacintera. Su pueblo es muy parecido a Corozal y Sincelejo, fundados por el mismo teniente español Don Antonio de la Torre y Miranda.
De San Jacinto recuerda las frases geniales de aquel Inspector de Policía, que a la letra de un levantamiento de cadáver de un hombre que se había ahorcado, expuso que no se trataba de un levantamiento sino de un “bajamiento de cadáver”.

“ El cadáver quedó como añingotado, porque el hico era muy largo”, o de otro caso: “Tenía una puñalada tres cuartas más abajo del bolsillo de la relojera”.

EL CARRO EMBRUJADO.

Cuando era diputado del departamento de Bolívar por la Alianza Nacional Progresista, Anapo, a mediados de los años 60, Germán Bustillo Pereira recuerda que estuvo de visita en Bajo Grande, atendiendo una invitación del líder anapista, Nelson Hamburger, quien siempre ha sido amante de las armas y de la milicia.

Refiere que de regreso a San Jacinto, a eso de las doce de la noche, en compañía de Edgardo Lora y Alfonso Pereira, en la Sierra Vieja, donde Albertico Fernández descubrió el espanto de la noche, se encontraron con el carro fantasma, un aparato que se hizo famoso en esa región.

Bustillo asegura que todavía el brillo de los faros del carro fantasma, pasando por encima de ellos, en ese sendero por el que sólo podía cruzar un solo vehículo, le rechina en la mente. El motor se iba desgarrando, trepando los vientos de la sierra.

“El carro fantasma nos dejó viendo un chispero y se nos pasó la borrachera”, refirió Bustillo.

O sea, que no hay que creer en las brujas, pero de que las hay las hay.

La visita de Bustillo a Sincelejo y Corozal, antes de analizar con Curi la presencia y frases del general Rafael Uribe Uribe ( quien definió a estas tierras como un cementerio de vivos), terminó con la degustación de un helado de coco de níspero donde las Villalba. Lo mismo que hace cuando va a San Jacinto, que no deja de comerse una galleta de soda donde Las Vásquez. O una chepacorina, en El Carmen de Bolívar.

El níspero tiene un sabor barroso, a tierra, dice Bustillo.

Lo más importante fue que a Sincelejo y Corozal vino el profesor Bustillo y no el magistrado de la Consejo Electoral. Aquel se quedó vestido de cachaco en Bogotá.


* A la muerte del profesor José Elías Curi Lambraño, autor de “El Costéenlo, un dialecto con toda la barba”, la red de sabanero militante, comparte en nuestro blog esta crónica del periodista Alfonso Hamburguer, en el único encuentro que sostuvieron los dos colosos del castellano en los últimos 45 años.